Jamás votaré a Pablo Casado ni al PP, pero su discurso en la moción de censura me produjo tranquilidad, tengo que reconocerlo. Era como si comenzara a despertar de una pesadilla profunda y la realidad fuera ordenándose poco a poco, con dificultad. Como cuando despertaba un domingo a las tantas del mediodía y la cabeza luchara con todas sus fuerzas para enterrar la resaca. No sé cuánto durará esta sensación, pero sabemos que está ahí, que es posible. Y eso reconforta. Porque el mal rollo ha durado demasiado tiempo. El “hasta aquí hemos llegado” de Casado a Vox es música celestial y lo demás son tonterías. Le reprochó Pablo Iglesias que su discurso llegara demasiado tarde, pero a estas alturas de la película lo importante es que pronunciara esas cuatro palabras: “Hasta aquí hemos llegado”. Creo que me las voy a tatuar. El discurso de Casado sirvió para demostrar lo que es Santiago Abascal: la nada. En estado puro. Conozco a chavales de 15 años con un discurso más profundo que el suyo.

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Abascal ha quedado más que nunca al descubierto. Sus secuaces estarán más sedientos de sangre que nunca y prometen dentelladas escandalosas. Seguro que en los próximas días Espinosa de los Monteros, Olona, Ortega Smith o Monasterio no nos defraudarán. Pero toca aguantar la calma y dejar que se ahoguen en su propio odio. Es cuestión de tiempo. En cuanto a Pablo Casado, quizás jamás llegue a ser presidente del Gobierno. Pero me van a faltar vidas para agradecerle la esperanza que me ha proporcionado estos días. Ahora bien: su brillante discurso necesita hechos. Un PP serio no puede permitirse contar entre sus filas a pandilleros como Andrea Levy o Rafael Hernando, intelectuales del aire como Cayetana Álvarez de Toledo, o a Díaz Ayuso. Nótese que no la he descrito de ninguna manera. Todavía no se ha inventado el adjetivo que aúne ineptitud, soberbia, megalomanía, victimismo y prepotencia. O quizás sí: “Ayuso”. Dicho lo cual, que se apliquen el cuento algunos miembros de la izquierda. El congreso no es el plató de ‘Sábado Deluxe’ ni Twitter. Allí se va a hacer política, no a repartir zascas ni aspirar a convertirse en ‘trending topic’.