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Llegó al plató de Supervivientes aterrorizada. Le temblaban los labios, tenía la boca seca, era incapaz de enhebrar más de tres frases seguidas. Dulce no es como esos personajes que intentan torearte en un plató, mareándote con mejor o peor suerte para que el tiempo corra y no puedas llegar a entrevistarlos. Da la impresión de ser una mujer que ha vivido anulada durante muchos años y una vez recobrada la libertad no sabe qué hacer con ella. Con una triste historia familiar a sus espaldas –fallecimiento de la madre cuando ella tenía catorce años, un padre que se fue a por tabaco- Dulce encuentra acomodo en el Universo Pantoja y pasa años más o menos tranquilos al amparo de la bata de cola de Isabel. Cuida a Kiko con esmero y se cuelga emocionalmente de Isa, a la que llama de manera obsesiva “mi niña”. En un descanso de publicidad Dulce me cuenta: “Les vine bien hasta que me rompí. Yo tenía mucha fuerza, ten en cuenta que yo sola cargaba con los baúles de Isabel. Pero desde que tuve el problema en la espalda me arrinconaron”. Ella cree que el motivo de la ruptura emocional con Isabel Pantoja es ese. Yo me inclino a pensar que tiene más que ver con el hecho de que su presencia en Cantora no tenía ningún sentido una vez que los hijos de la folklórica estaban más que criados. Dulce ha entregado su vida al clan, sí, pero porque ha querido. Puede que emocionalmente se haya sentido arrinconada y que las formas del adiós no hayan sido las más correctas. Pero supongo que ella tenía claro que un día dejaría de pertenecer a la familia. Y si no había barajado esa posibilidad tenía entonces un problema. Dulce, que era el vivo ejemplo de persona discreta, ha pasado al otro lado del espejo. Se ha convertido, al menos momentáneamente, en una celebrity. Me produce ternura y su futuro desasosiego. Creo que Isabel Pantoja hija no tardará en deshacerse de ella. Por una cuestión económica y porque conforme vaya cumpliendo años irá tomando partido cada vez más por su madre.