En aquella boda, los novios pintaron poco. Claro que no podía ser de otra forma teniendo a Rocío Jurado de protagonista. Un 31 de marzo de hacer ahora ya veinticinco años, Rocío Carrasco y Antonio David Flores se daban el 'sí, quiero' en la finca Yerbabuena. ¡La hija de la más grande se casa! Seiscientos invitados, reporteros en cada esquina, público acudiendo a felicitar a la pareja y un gran secreto entre bambalinas. Aquel fatídico día, la vida de Rocío Carrasco quedaría unida para siempre a la de Antonio David. La celebración fue larga, los cotilleos numerosos y las imágenes quedaron para el recuerdo. Rocío Jurado consiguió su objetivo. Su hija se casó con honores de infanta. Lo que no sabía era que, en ese momento, empezaba su pesadilla.
“A lo mejor me sobraba algo”. El recuerdo de su vestido de novia es uno de los pocos momentos en los que Rocío Carrasco sonríe en el documental que se emite actualmente en televisión. Lo hace mirándose a ella misma con dieciocho años, entrando a la capilla de las Cuatro Vírgenes donde va a reunirse con el que se convertirá en su marido, Antonio David Flores. Las lentillas azules, las uñas de porcelana, el velo de siete metros -¿o eran seis?-, el vestido repleto de encaje y los dos kilos de pelo de indias traído especialmente de Perú, tal y como Ruphert se encargó de narrar a propios y extraños, hicieron el resto. Debajo de todo aquello se encontraba, según ha contado ahora Rocío, una mujer ilusionada y a la vez asustada.
La boda de Rocío Carrasco estuvo hecha a medida de Rocío Jurado. De hecho, fue en el mismo sitio donde esta se había casado la cantante tan solo un año antes. Jurado supervisó todo, frenó los intentos de su hija de entrar a hombro descubierto en la iglesia y se encargó de amenizar a los presentes, aunque no tanto como hicieron Massiel y el propio Ortega Cano ya finalizado el banquete. Lejos de lo que estamos ahora acostumbrados, las cámaras captaron todo lo que ocurrió en la fiesta. Tanto fue así que la propia Rocío Carrasco tuvo que parar luego, en el programa de María Teresa Campos, las burlas hacia el marido de su madre.

Rocío Carrasco y Antonio David se dan el 'sí, quiero' el 31 de marzo de 1996
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La felicidad de Rocío Jurado era más que palpable en las imágenes del enlace. Estaba pletórica por su hija. La familia feliz que tanto había deseado cogía velocidad sin saber que iba a durar muy poco tiempo. “Cumplir mi sueño”, explica ahora Rocío Carrasco, pero no sobre la boda, como así se dijo en su momento, sino con el próximo nacimiento de su primera hija. Lo que debía ser el punto de partida de una historia de amor marcó el final de todo. La boda puede que rivalizase con la de la infanta Elena pero Rocío y Antonio David acabaron antes que los duques de Lugo.
Nadie podía imaginar aquel 31 de marzo en el que Ortega Cano cantaba lo de 'estamos tan a gustito' que la familia Mohedano se encontraba en tiempo de descuento. Tras la pérdida de Rocío Jurado, el clan que aglutinó bajo sus alas estalló por los aires. Su hija mayor se apartó de todos, se encerró en casa y guardó silencio. Ahora, veinticinco años después ha querido hablar y de aquel cuento de hadas entre la hija de tonadillera y el guardia civil, la verdad, no queda nada.
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