El secreto de los nuevos Reyes

19 de junio de 2014, 09:03

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Todas las parejas tienen su secreto: el de los Príncipes es no discutir nunca. Don Felipe es el hombre tranquilo, mientras doña Letizia es vocacionalmente peleona. Cuando se presenta un motivo de disputa el Príncipe aplica en principio de "dos no riñen, si uno no quiere". Y no sólo en cuestiones de pareja, cuando doña Letizia discrepa de alguna de las decisiones que toma su equipo de colaboradores e intenta modificarlas, don Felipe no interviene ni a favor, ni en contra: cuando doña Letizia se pone farruca, el Príncipe desaparece.

Es quien mejor la conoce  y quien, lógicamente,  más la quiere y sabe perfectamente que bajo su actitud batalladora, se esconde una mujer dispuesta a trabajar por la institución y por su matrimonio. Don Felipe conoce tan bien a su mujer que sabe que pelearse con ella es inútil, él  sabe esperar hasta que, después de cuestionarlo todo, ella de su brazo a torcer.

El Príncipe, todo paciencia, es el artífice de la última transformación de doña Letizia. La dinámica del pasado verano no sólo perjudicaba a la Corona, con varios frentes abiertos, sino a la propia pareja. La Princesa no quiso ocultar su malestar durante su breve estancia en Mallorca y salió de la isla en cuanto pudo, aunque en esa ocasión el Príncipe no la siguió, sino que permaneció en Marivent, junto a sus hijas, Leonor y Sofía, y los Reyes. La crisis duró lo que tardó el Príncipe en volver a Madrid y, tras un viaje oficial a Paraguay, empezar sus vacaciones privadas con su mujer e hijas. En menos de 15 días, don Felipe logró encauzar la situación y recuperar a la Letizia más colaboradora, que reapareció en Buenos Aires de la mano de su amor. Las razones de la huida adelante de Letizia durante el pasado verano tenían que ver, sobre todo, con el disgusto que le produjo que uno de sus familiares desvelara cuestiones íntimas. Ahora ha entendido que las personas de su entorno que le cuestionan su actitud no van contra ella, sino a favor de su estabilidad personal y la de la Corona.

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Lo que más le ha costado asimilar a Letizia Ortiz, desde que hace diez años se hizo público su compromiso con el Príncipe de Asturias, es que no puede tener amigos y, mucho menos confidentes.  Aunque es verdad que sus amigas de toda la vida, encabezadas por Sonsoles Onega, hija del periodista Fernando Onega, son de una fidelidad y lealtad a prueba de bombas, doña Letizia se resiste a abandonar sus conexiones con el mundo del que formó parte cuando era soltera porque cree que de esa manera sigue en contacto con el mundo real. A sus amigos y amigas de su etapa de periodista  ha sumado algunas madres de otras niñas y niños  del colegio de sus hijas, las esposas de compañeros del Príncipe en las distintas academias militares y, también, alguna persona de su equipo de la Zarzuela.

A pesar de sus casi diez años como Princesa de Asturias, doña Letizia no mantiene ninguna relación de amistad, más allá de la relación social, con personas del mundo de las altas finanzas o la aristocracia y mucho menos de la denominada 'jet set'. En eso es implacable, a doña Letizia no le gusta relacionarse con gente que sabe que, aunque le hagan el paripé por delante, por detrás, la critican abiertamente. La Princesa aborrece la hipocresía y, sobre, de los círculos en los que percibe actitudes de hostiles basadas en su origen social y no es sus méritos. Se niega a formar parte del círculo de las grandes fortunas y, menos aun del de las celebridades y difícilmente acepta invitaciones que se desarrollen en lugares identificados con el lujo. Sus escapadas fuera de la Zarzuela siempre son para realizar actividades a las que puede acceder la mayor parte de la población, de ahí su querencia por los lugares de copas y restaurante en barrios de moda, los conciertos masivos, las compras low cost, e incluso sus paseos por zonas populares de Madrid.

Durante varios años, los Príncipes de Asturias pasaron sus vacaciones de verano en la costa griega del Peloponeso. Es una zona que don Felipe conoce porque allí, concretamente en la zona Porto Heli, tienen sus residencias de verano su tío Constantino de Grecia y también su primo, el príncipe Pablo. Pero don Felipe y doña Letizia no se hospedaron en casa de sus parientes, ni alquilaron alguna de las villas de la zona, sino que optaron por un pequeño apartamento, situado en una zona elegida por el turismo local, donde lograron pasar desapercibidos y, donde, durante varios veranos pudieron vivir como una familia más: iban al súper, cocinaban en la cocina del apartamento y, junto a sus hijas, Leonor y Sofía, tomaban helados mientras paseaban al caer la tarde. Desde que una turista española descubrió a los Príncipes en una playa casi desierta de la costa griega,  a donde habían llegado en barco, y vendió las fotos a una revista española, don Felipe y doña Letizia han cambiado el destino de sus vacaciones secretas, aunque siguen manteniendo el mismo criterio: vacaciones populares en lugares alejados de los circuitos del turismo internacional.

El Príncipe fue educado, desde niño, en la contención y el cumplimiento del deber pero siempre dijo que se casaría por amor. Hace más de 20 años, durante un viaje a Australia y Nueva Zelanda, confesó a un grupo de periodistas que no se sentía obligado a casarse con  una princesa y que intentaría, cuando llegara el momento, unir las razones de Estado con las del corazón. No quería precipitarse y, en varias ocasiones, advirtió que, a pesar de las presiones, siguiendo el ejemplo de su abuelo, el rey Pablo de Grecia, a quien tanto se parece por su carácter prudente y reflexivo,  no tenía intención de casarse hasta que cumpliera los 35 años. En todas las relaciones que superaron el mero filtreo, don Felipe siempre encontró una u otra razón para no dar el paso definitivo. Cuando conoció a  Letizia Ortiz no tuvo ninguna duda, le impacto su carácter y su determinación y le enamoró que ella no se sintiera intimidada por él. Don Felipe sintió que a Letizia no le impresionaba el Príncipe sino el hombre, pero no le pidió matrimonio hasta estar seguro de  que la firmeza de su carácter le permitiría asumir su papel como esposa del  heredero de la Corona y futura Reina.

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El matrimonio cambió la relación del Príncipe con sus funciones oficiales y con su entorno. Don Felipe compartía escena con su esposa y, desde el minuto uno de su unión, siempre ha estado orgulloso de ella. El mismo confesó, poco después de su boda, la felicidad que sentía cuando, al final de una jornada, tanto en su casa de la Zarzuela como en un hotel, si estaban en viaje de trabajo, se sentaba junto a la Princesa para comentar el día pasado y afrontar el siguiente. La primera vez que realizaron juntos una visita oficial, que tuvo como destino Hungría, el Principe se mostraba mas feliz que nunca. Al preguntarle qué sentía en su primer viaje de casados, don Felipe exclamó "la verdad es que es un chollo, en los pocos ratos libres que dejan los viajes oficiales ya no estoy solo en la habitación, no me siento fuera de casa, ahora estoy en familia".

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La vida de pareja siempre implica renuncias. Don Felipe tuvo que cambiar muchos hábitos de soltero, entre ellos dejar que su perro durmiera en su habitación. En la Zarzuela  ha habido  muchas mascotas, pero don Felipe siempre ha tendido cerca de él una que era solo suya. Cuando era pequeño tenía un foxterrier que se llamaba Balú, como el oso de 'El libro de la selva', que dormía en el cuarto se baño, junto a su habitación, pero desde la adolescencia siempre un ejemplar de la raza schnauzer enano, de los conocidos como sal y pimienta, porque son oscuros con el vientre claro. A todos les ha llamado Pushkin, como el novelista ruso, y, desde que se trasladó a su casa propia en la Zarzuela el animal dormía en su habitación junto a su cama hasta que llegó doña Letizia y mandó al perro a dormir fuera.

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A don Felipe siempre le ha gustado salir y aunque él mismo admite que nunca ha sido muy juerguista, le encanta bailar y descubrir restaurantes. Durante sus últimos años de soltero redujo esas salidas en España para evitar ser objeto de especulaciones si le veían con alguna chica. Desde su boda y, sobre todo, desde que sus hijas han dejado de ser bebés, los Príncipes se reservan algunas noches para ellos. Van al cine, una afición  que doña Letizia ha contagiado al Príncipe quien a pesar de seguir los estrenos  optaba por verlos en casa, y después van a cenar o a tomar copas, preferentemente "gintonic", la combinación preferida de ambos. En su última salida, hace solo unos días, los Príncipes fueron a un lugar de copas de Madrid en donde protagonizaron una curioso escena cuando la Princesa se sentó en las rodillas de su marido al que prodigó tiernos gestos de amor.

Los Príncipes han renunciado a tener mas hijos para evitar un problema dinástico, ya que si hubieran nacido un niño éste se habría situado detrás de su padre en el orden sucesorio, ya que la Constitución marca la preferencia del varón sobre la mujer. Aunque existe acuerdo total para la modificación de la Carta Magna en este punto, la verdad es que no se ha producido y, tal como está la ley, la infantas Leonor y Sofia hubieran quedado por detrás de su hermano. También ha influido el hecho de que doña Letizia tuvo que someterse a dos cesáreas y los médicos desaconsejaron un nuevo embarazo. El Principe que, el día de su compromiso matrimonial, mostró su deseo de tener "mas de dos y menos de cinco hijos" no ha podido hacer realidad su deseo pero jamás se ha lamentado. Es tanto el amor que siente por las dos niñas que quienes le conocen aseguran que ellas son la razón por las que jamás se rendirá.

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