Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez, de vacaciones

"Las vacaciones más absurdas de mi vida"

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Vacaciones al revés. Yo no debería escribir lo que voy a escribir. Quiero decir que ahora deberíais estar leyendo un post sobre unas vacaciones idílicas, muriéndoos de envidia soñando con playas paradisíacas y atardeceres románticos junto al amor de tu vida. Creo que fue lo que le pasó a Alberto cuando lo llamé ayer, que pensó que lo hacía para hacerlo sufrir. Pero no. A Alberto, que es mi director del ‘Deluxe’, lo llamé para que pudiera descojonarse abiertamente de mí. Y de paso, desdramatizar el asunto de mis frustradas vacaciones. Porque estábamos P. y yo en una playa de Tailandia y estaba nublado. Mala cosa, porque nuestra relación no está hecha para luchar contra la climatología. Hacemos competiciones para ver quién saca más mala leche. Digo que el sábado estaba nublado. Y daban lluvias para el día siguiente. Y para el otro también. Y miré el tiempo para Krabi, que era el sitio donde íbamos a trasladarnos el martes, y resulta que era de todo menos halagüeño. Lluvias y más lluvias. Y eché un vistazo a Phuket, nuestro destino final, y también daban lluvias.

Nuestra Relación en peligro

Nunca pasa en Tailandia por estas fechas –doy fe–, pero a nosotros nos pasó. Mala suerte. A eso del mediodía comenzaron las lamentaciones. “Tanto tiempo soñando con la playa y, al final, nada”. “Qué mala suerte tenemos”. “Igual cambia”. Nos hacemos socios de una plataforma de cine para pasar las horas sin tener que hablarnos, pero después de pagar no sé cuántos euros por la inscripción nos dicen que no podemos alquilar películas fuera de España. P. se enfurruña. Yo, un poquito más. Hoteles pagados a dos semanas vista. Lluvias. Nuestra relación en peligro porque los dos sabemos a ciencia cierta que no nos aguantamos encerrados en una habitación. A las ocho de la noche tomo una decisión heroica: “Nos largamos”. P. la coge al vuelo, y nunca mejor dicho: “En cinco minutos tengo hecha la maleta”. A las ocho y veinte de la noche nos metemos en un coche rumbo a Bangkok. Dos horas y media de carretera hasta llegar al aeropuerto internacional. Durante el trayecto me siento vencido, derrotado. Tanto tiempo soñando con estas vacaciones y, al final, me encuentro huyendo del país de noche, como si fuera un forajido, y encima habiendo perdido íntegramente el dinero de dos semanas de hotel. A P. todo eso le da igual porque tiene un talante más optimista. Ante situaciones como estas, siempre me dice: “No te preocupes que yo te lo pago”. Pero lo cierto es que, al final, nunca veo un duro. Él es un ‘Viva La Pepa’, y a mí me gusta enfangarme en la tristeza, recrearme en mi infortunio, sentirme uno de los hombres más desdichados del mundo. A las tres de la mañana, nos metemos en un avión rumbo a Dubái, sin saber muy bien qué hacer con las dos semanas que nos quedan de vacaciones. “¿Se te pasará mañana la tristeza?”, me pregunta P. verdaderamente preocupado. “No lo sé”, respondo con un hilo de voz casi tuberculoso, muy protagonista de ‘La traviata’ cuando está a punto de palmarla.

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