Abigail Huertas, psiquiatra: "Hay adultos para los que tener un objeto, como un peluche, les aporta seguridad"

Los peluches no son solo objetos enternecedores, sino que durante determinadas etapas de nuestra vida pueden ser piezas claves de nuestro desarrollo emocional. La psiquiatra Abigail Huertas nos explica cómo afectan a nuestra vida

Celia Pérez
Celia Pérez León

Periodista especializada en lifestyle y cultura

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Fotografía cedida por Abigail Huertas

Puedes confesarlo, ¿duermes todavía con tu peluche? No eres la única persona del mundo que todavía siente cierto apego hacia ese osito, perrito o gatito de peluche con el que pasó tantas horas de su infancia. Son más que simples objetos, son una parte de nuestra infancia.

Tanto es así, que en redacción nos hemos preguntado qué papel juegan estos peluches en nuestras vidas. Algunos hasta nos hemos animado a volver a meterlos en la cama. Pochi (mi perrito de peluche, un amigo fiel desde mis 4 años) y Patosín (“lo bautizó así mi madre, por mi torpeza simpática”, me confiesa un compañero) han sido los protagonistas de la semana.

Por supuesto, no podíamos quedarnos solo con nuestra experiencia personal, y hemos contado con la mejor profesional para abordar el asunto. Abigail Huertas, psiquiatra infantil y de la adolescencia, y autora de Solo necesito que me aceptes (RBA) nos explica qué representan estos peluches en nuestra vida, tanto en la infancia como en la adultez.

Los peluches en la infancia

¿Por qué los niños tienden a apegarse a sus peluches u objetos como mantas para dormir?

Muchos niños desarrollan apego hacia objetos como peluches o mantas porque estos les ofrecen seguridad y familiaridad en momentos de transición o separación. Son lo que Winnicott llamó “objetos transicionales”: elementos que simbolizan la figura de apego cuando esta no está presente. Sin embargo, es importante matizar que no todos los niños los necesitan. Algunos tienen suficiente capacidad de autorregulación, ya sea por su estilo de apego o por su perfil sensorial y no necesitan ese tipo de estímulo táctil.

También en algunos niños con trastornos del neurodesarrollo, la búsqueda de consuelo no pasa necesariamente por lo simbólico o lo táctil, sino que puede tomar otras formas, como rutinas, objetos específicos o estímulos visuales.

¿Qué papel cumplen estos peluches en el desarrollo emocional del niño?

Cuando el objeto de apego se elige de manera espontánea, puede tener un papel útil como “puente emocional” en momentos en que el adulto no está. Pero no es algo que deba fomentarse desde los primeros meses de vida salvo en niños hospitalizados o muy irritables.

A edades tempranas, lo más importante sigue siendo la presencia emocional del cuidador, las rutinas previsibles y el sostén físico y afectivo directo. El uso generalizado de objetos de consuelo o apego puede ser un reflejo en parte del estilo de vida acelerado, la menor disponibilidad emocional en el entorno o falta de apoyos familiares. El objeto no debería sustituir al adulto, sino acompañar cuando este no puede estar.

A nivel emocional o neurológico, ¿qué sucede en el niño cuando abraza a su peluche?

El contacto físico con un objeto suave y familiar puede activar el sistema parasimpático y disminuir la activación del eje neurológico que desencadena el estrés. También puede generar liberación de oxitocina, hormona vinculada al vínculo afectivo y a la regulación emocional.

Desde el punto de vista sensorial, algunos niños responden bien a la presión profunda o al contacto con ciertas texturas, lo que puede ayudar a calmarles y facilitar el sueño. Pero esto no es universal: hay niños que no buscan ni toleran estos estímulos, especialmente si tienen un perfil sensorial más hipersensible o con poca necesidad de estímulo táctil.

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Dulces sueños

¿En qué medida estos peluches facilitan el sueño a los niños? ¿Qué efecto tienen sobre el estrés?

En niños que han establecido ese vínculo con un objeto, este puede formar parte de su rutina de sueño, que favorece la calma, disminuye la ansiedad de separación y reduce el estrés. Es un recurso más dentro de un entorno emocionalmente seguro.

Pero el beneficio depende del niño, su edad, su desarrollo emocional y su forma de relacionarse con el entorno o interpretar los estímulos sensoriales. No debería ser un requisito rígido ni el único recurso para dormir.

¿Qué consejos darías a padres y madres sobre el papel de los peluches en el desarrollo emocional de sus hijos?

Más que promover el uso del peluche como tal, que puede ser muy común, hay que respetar el ritmo y las elecciones del niño. Si establece un vínculo con un objeto, no hay que ridiculizarlo ni retirarlo de forma brusca, sino acompañar ese proceso. Pero también es válido que algunos niños no desarrollen ese tipo de apego.

Lo importante es observar si cuentan con otras formas de autorregulación emocional y si su desarrollo avanza de forma armónica. La clave está en la calidad del vínculo con el adulto, la disponibilidad emocional y facilitarles un entorno previsible.

Es decir, es algo saludable tener un objeto de apego, porque te ayuda a separarte de tus padres. Pero por otro lado, no hay que preocuparse si los niños no tienen objeto de apego.

¿Cómo se enlaza esta relación entre peluches y niños en el marco de la teoría del apego?

La teoría del apego explica que los niños buscan una base segura desde la cual explorar el mundo. Cuando esa base no está presente, el objeto transicional puede actuar como símbolo de consuelo y protección. Es un recurso útil, pero no equivalente al vínculo humano. Si el entorno familiar es cálido y disponible, muchos niños no llegan a necesitarlo, o lo utilizan de forma transitoria.

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Los adultos y sus peluches

Hay adultos que no dejan el hábito de dormir abrazados, bien sea a su peluche de la infancia u a otro objeto. ¿Existe algún beneficio emocional en ello o debería preocuparnos que el hábito no se abandone cuando entramos en la adultez?

Depende del contexto. No es algo que debamos recomendar activamente, ni tampoco patologizarlo si no interfiere con la vida cotidiana.

En la vida adulta, este hábito puede reflejar una necesidad de consuelo o de regulación emocional en momentos de estrés. En algunos casos, como personas con trauma complejo o autismo, mantener objetos con valor afectivo puede formar parte de estrategias de regulación más amplias.

Lo cierto es que en los adultos con ansiedad es un tema muy, muy complicado. Hay gente que la ansiedad la tiene por situaciones estresantes, ambientales o acumulan historias de trauma previo. Entonces, el procesamiento sensorial que tiene esa persona varía. Hay adultos para los que tener un objeto, como un peluche, genera seguridad, o lo han trabajado con sus psicólogos. A otras personas les puede generar un efecto contrario, y sentir más angustia cuando no lo tienen cerca.

No se puede generalizar. Cuando hay una dependencia excesiva o el objeto sustituye vínculos o estrategias más adaptativas, sí conviene valorarlo clínicamente.

En el caso de que alguien esté pasando por picos de estrés grandes o este sufriendo insomnio por cualquier otra causa ¿Replicar ese tipo de consuelo en la edad adulta (por ejemplo, abrazar un cojín o una manta suave) podría ser útil?

Más que un peluche, hay estrategias terapéuticas con base sensorial que pueden ayudar. Por ejemplo, el uso de mantas con peso se ha estudiado en el manejo del insomnio y la ansiedad, sobre todo en adultos con autismo o trastornos del procesamiento sensorial.

No se trata del objeto en sí, sino del estímulo que proporciona (presión profunda, sensación de contención). En contexto clínico lo valoramos individualmente, siempre integrado en una intervención más amplia.

¿Qué papel pueden jugar los elementos táctiles o de apego emocional, como podría ser un peluche, en la ansiedad en la edad adulta?

En algunas personas con ansiedad generalizada, autismo o estrés postraumático, los estímulos táctiles pueden formar parte de estrategias de autorregulación. A veces se utilizan objetos con texturas específicas, cojines que ofrecen presión o incluso recursos como el uso de auto-abrazos guiados en terapia.

Pero lo importante aquí no es tanto el objeto como la función que cumple y si se emplea dentro de un repertorio amplio de recursos. No debe sustituir el acompañamiento emocional ni convertirse en la única vía de regulación.

En resumen, el verdadero sostén emocional no es un peluche, es la presencia del otro. Y no todos los niños necesitan un peluche: cada perfil emocional y sensorial es único.

 Más allá del peluche, lo que calma de verdad a un niño es sentirse acompañado y tolerar la separación sin inseguridad. El objeto puede acompañar, pero no sustituir. En Solo necesito que me aceptes reflexiono sobre cómo ofrecer contención real desde el vínculo.