Leonor necesita unos asesores más modernos

Todo debería haber salido bien. El día 15, a las cinco y media de la tarde, hacía en Madrid una temperatura agradable. Y pudimos constatar con alivio que Leonor sigue siendo tan guapa como la última vez que la vimos, que su perfil sigue siendo el mismo, que luce un pelo precioso, sonríe amablemente, tiene ademanes señoriales y parece una chica amable y con ganas de hacerlo bien. A las personas mayores nos encantó verla en ese ambiente formal y educado, sin que ninguna nota discordante de mal gusto viniera a estropear una jornada tan importante para la formación de la heredera de la Corona. Y ahí está el fallo, señores. Porque Leonor no va a ser nuestra reina, sino la reina de nuestros hijos y nietos. Y ellos, ¿se han sentido concernidos en algún momento por este acto? ¿Han visto a Leonor como una igual? ¡No y mil veces no! ¡No hay ni un solo adolescente en España que se sienta identificado con la princesa de Asturias! No comprendo cómo en la Zarzuela no se dan cuenta de que ese cordón sanitario que la rodea −el jefe de protocolo, el ayudante de campo, el ministro−, esos caballeros añosos con un gesto intermedio entre la reverencia y el besamanos, rebajan la espontaneidad y la calidez de cualquier encuentro. Es igual dónde vaya, solo vemos a esos señores de aspecto severo. ¿A nadie se le ocurre que haya que renovar, rejuvenecer y feminizar de forma urgente el círculo de confianza de la princesa de Asturias? ¿Es necesario que, para saludarla, los jóvenes deban ponerse en fila como si se tratara de la recepción de embajadores en el Palacio Real?

No creo que nadie pueda sentirse cómodo en esa situación, por mucho que luego Leonor se fotografíe con los voluntarios que atienden teléfonos y nos digan que conversó con ellos e hizo preguntas muy oportunas que demostraron que es- taba al tanto del meritorio trabajo que lleva a cabo la Cruz Roja. Probablemente es verdad, porque se nota que es una muchacha inteligente, pero como no hay audio de esos momentos siempre nos quedará la duda de si será cierto lo que nos cuentan. Porque ya hemos perdido la ingenuidad de aquellos primeros tiempos en los que nos lo creíamos todo, desde que Juan Carlos y Sofía eran un matrimonio ejemplar hasta que las infantas tenían unos maridos impecables y que Letizia medía 1,75 m. No es fácil la papeleta de una chica de 17 años, pero estoy segura de que se mejoraría mucho si se contratara ayuda profesional externa, una empresa de comunicación que diseñara unos comportamientos más acordes con la edad de Leonor y con la de sus futuros súbditos, ¡que Leonor probablemente no será reina hasta el 2050, cuando todos los que la encontramos muy mona y educada estemos bajo tierra!

Las otras monarquías europeas han contratado a asesores renombrados y las princesas visitan centros de acogida, departen con refugiados y se van a las cocinas a revolver las cazuelas, se sientan en el suelo con chicos de su edad, juegan un partido con jóvenes en peligro de exclusión, ríen, lloran, abrazan... Esas son las imágenes que querríamos ver y servirían de contrapeso al aire apolillado que, a pesar de los esfuerzos de Letizia, sigue teniendo la Zarzuela. Que Leonor lleve la ropa de su madre no hace más que agrandar la brecha que la separa de las chicas de su edad. ¡Por Dios, que tiene 17 años y no 50! Esto me recuerda la forma de arreglarse de las infantas Elena y Cristina cuando eran adolescentes, también llevaban los vestidos de doña Sofía, y la prensa, mu- cho menos cortesana que la actual, decía que parecían cortinas. Cambiaron cuando el propio Juan Carlos le pidió a su mujer que las vistiera más modernas: “Sofi, coño, que a estas chicas no las vamos a casar nunca”. Claro que, a la vista de cómo fueron sus matrimonios, quizás hubiera sido mejor que siguieran poniéndose los vestidos de doña Sofía.