Mientras, Harry, indolentemente echado en un sofá, con el aire aburrido del que no hace otra cosa que servir de acompañante a su mujer, suelta comentarios con pretensiones de graciosos que los demás acogen con impaciente desdén y juguetea con su móvil. Es una figura borrosa en segundo plano mientras a su alrededor todo es actividad y estrés, trabajo y movimiento. Y ahí, en esos escasos segundos, está la pareja retratada en su profunda esencia: un hombre débil, sin objetivos en la vida, rencoroso y acomplejado, al lado de una mujer fuerte dispuesta a sacar todo el provecho posible a su alianza con la familia real inglesa. Y también podemos vislumbrar cuál va a ser su futuro: Harry es un mero comparsa de Meghan al que hay que mantener tranquilo y satisfecho porque, sin él, todo el ‘show business’ de la pareja se viene abajo. “Tu familia es odiosa, ¡me desprecian porque soy una chica americana, son racistas y clasistas!”, le dijo Wallis Simpson al rey de Inglaterra Eduardo VIII poco antes que este renunciara a todo para poder casarse con ella y convertirse “simplemente” en duques de Windsor. Tanto Wallis como Meghan saben que estas dos acusaciones, racismo y clasismo, son las más dolorosas y difíciles de encajar, tanto para los americanos como para los británicos. Los periodistas ingleses, acusados por Meghan de querer destruirla por ser mestiza, se han apresurado a protestar: no solamente la mayoría de ellos provienen de países de la Commonwealth, sino que “celebramos el compromiso de Harry con entusiasmo”. Meghan acusa directamente a la BBC, que le hizo su primera entrevista en el palacio de Kensington, de intento de manipulación: “No nos dejaron expresarnos libremente”. La autora de aquella pieza, la periodista Mishal Husain, de origen pakistaní, ya les ha respondido: “Bromeamos y quisimos que estuvieran cómodos, fueron veinte minutos muy alegres, encantadores, de los que nos sentimos muy satisfechos y creíamos que ellos también”.