Cuando tuvo que ser ingresada por un problema de vesícula, yo iba a escribir una columna despotricando contra Edmundo, que apenas iba por el hospital, pero antes avisé a Terelu, quien me rogó que no lo hiciera: “No se lo merece, es muy bueno”. Le dije que bromeaba sin dar importancia a lo de Teresa. “A mi madre le encanta ese sentido del humor... Estamos muy contentas porque la vemos feliz con él y se lo agradecemos”. Sus hijas sabían que Edmundo era su gasolina para vivir y la arropaban, aunque lloraran por dentro. Después, claro, todo fue poco para denigrar a Bigote. “Cerdo”, lo llamó Terelu, y Carmen, “asqueroso”, el sábado pasado en televisión. Las hijas han sido mucho más duras con él que la propia madre, cuyos ojos siguen iluminándose cuando pronuncia su nombre. Si Bigote quisiera volver con ella, ¿se atrevería a desafiar a las hijas, a la nieta, a sus amigos, al mundo entero que le grita que este hombre no la merece? Sus hijas, su nieta, sus amigos, el mundo entero la quieren, pero... no viven con ella. Creo que, en el fondo de su corazón, Teresa todavía sueña con que Edmundo regrese a su lado, con sus bromas, sus camisetas, su locura de artista. Frente a la chimenea de ese piso al que va a trasladarse, en lo más duro del invierno, cuando las tormentas hagan crujir las ventanas, Teresa le cogerá la mano y podrá decirle a la soledad que se vaya a llamar a otra puerta.