Actualizado a
Cuando Santi Millán anunció que César Brandon se convirtió en el ganador de la tercera edición pensé que me daba mucho gusto trabajar en un programa en el que sucedían estas cosas. Durante su actuación tuve que hacer serios esfuerzos para no ponerme a llorar. Lo conseguí a medias. Días después alguien me dijo que me vio con sueño durante la final. No, no era sueño. Era que apretaba con todas mis fuerzas los ojos para no derrumbarme. No sé qué tiene este chico pero a todo programa de televisión que acude consigue que alguno de los presentes suelte mares y mares e lágrimas. Supongo que porque hay mucha verdad en sus poesías, en su voz, en su mirada. El viernes cogí un vuelo y me llevé su libro, Las almas de Brandon. Comencé a emocionarme después de leer –por tropecientas mil y una vez- su dedicatoria. Y luego ya me puse a llorar sin parar después de dos páginas y media. Lo tuve que dejar porque las lágrimas no me dejaban ver las letras. Que gusto dar con gente que logra menearte el alma con tanta maestría.