Prefiero recibir insultos a darlos

4 de octubre de 2018, 12:52

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Recibo varios mensajes en Instagram de una misma persona que me dice cosas como “puto gordo” o “asqueroso”, amén de amenazarme con pegarme si me encuentra por la calle. Entro en su perfil y veo que es un adolescente. Le escribo para advertirle de que voy a contactar con sus padres para contarles a qué dedica su tiempo libre y el muchacho se desmorona. Se excusa diciéndome que está nervioso y que sus insultos se deben a su frustración. Estoy a punto de recomendarle que, en vez de insultar, haga deporte, pero empieza a enviarme más mensajes pidiéndome por favor que no haga nada, que no avise a sus padres. Como no contesto, se viene todavía más abajo y me ruega que, cuando vaya a ponerme en contacto con ellos, le avise antes.

Después de pensarlo detenidamente, decido no actuar porque desconozco qué harán los padres con su hijo. ¿Hablarán con él de manera civilizada o la emprenderán a hostias? No solo recibo mensajes horribles. Hay muchísimos maravillosos que llegan incluso a emocionarme y que, cuando me pregunto por qué trabajo en televisión, los releo y encuentro mil y una razones. Los mensajes insultantes me hacen pensar. Hay gente que me llama feo y, cuando entro en su perfil, advierto que él o ella, para mí, son también un espanto, lo que me lleva a deducir que tenemos una visión muy distorsionada de nosotros mismos. Hay otros que emplean insultos más bestias, tremendos. Y pienso: si yo no fuera una persona popular, ¿utilizaría las redes para hacerle saber a una persona que la detesto? Me inquieta saber que no puedo responder a esa pregunta, así que me gusta que la vida me haya puesto en el otro lado. Prefiero recibir insultos a darlos.

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