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Creo que este es el primer año que antes de que se celebrara el festival de Eurovisión no había escuchado la canción española. Son las doce del mediodía del domingo y sigo sin conocerla, aunque ya he visto varias veces el gallo que soltó nuestro representante. Nuestra candidatura estaba condenada al fracaso. Manel acudió al festival sin el apoyo de los propios seguidores del certamen, que es lo peor que te puede pasar porque si vuelves con un cero –o un cinco- a casa, la gente encima se alegra. Navarro salió elegido en una gala controvertida y creo que debido a su juventud no supo hacer frente a las críticas que viene recibiendo desde entonces. Su actitud resultaba fría y poco empática. Tampoco lo tenía fácil: en una situación así lo normal es que te den ganas de plantar cara y hacer frente a la batalla. Pero no fue esa la actuación adecuada. Se le vio poco humilde aunque también es verdad que es muy fácil dar consejos cuando no estás metido en el ajo. Manel Navarro tiene veintiún años y un gallo a sus espaldas. Por de pronto encajó bien su desafine, riéndose en las redes de su error. Que empiece a acumular paciencia porque todavía le queda mucha mili que sufrir.
En nuestro hogar, P. y yo estamos encantados de que haya ganado Portugal porque es un país que adoramos. Conclusión de P. al enterarse de la victoria lusa: “Qué bien que haya ganado esa canción porque el festival se estaba convirtiendo en un concurso de gritos”. Me da un poquito de rabia que el año que viene el certamen se celebre en Lisboa porque será tomada por los eurofans y estoy convencido de que entonces muchos la descubrirán y se enamorarán sin remedio de ella. Aún así también sé que lo que tengo con Lisboa es algo único y especial, que supongo que es lo que nos sucede a todos aquellos que amamos con locura a esa ciudad tan maravillosa.