Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

"Kiko Jiménez tiene veinte años, pero una mentalidad propia de viejas antiguas"

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Hace muchos años me enrollé con un chico que se cabreó cuando al abrirle la puerta de casa lo recibí en pijama. Era un pijama precioso que me había regalado mi madre, un pijama verde de una pieza que tenía dibujados muchos ositos con carita de sueño e inscripciones que decían: “C´est pas mon jour”. Pero a mi rollo no debió parecerle tan precioso como a mí porque nada más verme manifestó su desencanto: “No, por favor, en pijama no me recibas”. Estábamos en la cúspide del deseo sexual y mi visión debió resultarle espeluznante. Una bajada de libido en toda regla. Una premonición de lo que sucedería si seguíamos mucho tiempo juntos: la demonizada estabilidad.

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Cuento todo este asunto del pijama después de escuchar en Supervivientes a Kiko que es normal que a Alba Carrillo le pusieran los cuernos porque si en la isla estaba todo el día con esa prenda puesta a saber cómo estaría en casa. Porque claro, la perenne visión de una muchacha en pijama empuja al desencanto. Kiko tiene veinte años, pero una mentalidad propia de viejas antiguas. Yo, que ahora tengo cuarenta y seis, escuchaba cuando era niño cómo recomendaban a las chicas que no dejaran de arreglarse para sus maridos. Que estuvieran pendientes de sus deseos, de sus cuitas, de sus anhelos. En fin, que vivieran por y para ellos. Recomiendo la lectura de “Usos amorosos de la posguerra española”, de Carmen Martín Gaite, para que la gente joven sepa de lo que hablo. Evidentemente, por edad, no viví esa época, pero mucha de la doctrina moral que se impuso durante esos años pervivió durante mucho tiempo y así se la escuchaba a mis abuelas, por ejemplo.

Era una doctrina cruel y poco respetuosa con la mujer, a la que se le negaba el derecho de elegir su propio camino y se la relegaba a la figura de mera comparsa del hombre. Sospecho que entre cierto sector de nuestra juventud están calando de nuevo esos usos amorosos que describió magistralmente Martín Gaite. Una generación de muchachos poco dados a cultivarse intelectualmente asisten con pavor al imparable avance de la mujer y en vez de aplaudir algo tan básico se asustan y pretenden que todo vuelva a ser como antes. Como aquella época oscura en la que la palabra del hombre era palabra de Dios.

No son pocos los que se echan las manos a la cabeza al comprobar que en la televisión aparezca gente con la mentalidad de Kiko. Tampoco creo que se trate de criminalizar al muchacho: es hijo de una educación recibida aunque me parece extraño que en una época en la que el acceso a la información es tan fácil no se haya replanteado su manera de entender la vida. Pero creo en la televisión como amplificador de una manera de ser con el fin de dar visibilidad al problema y poder así luchar contra él. Ocultar ese tipo de comportamientos significaría girar la cabeza ante un asunto, el machismo, que sigue estando muy presente en nuestra sociedad. Ojalá que cuando salga y se vea, Kiko dude sobre su manera de comportarse. Sólo con eso me daría por satisfecho porque la duda es el arma más eficaz que conozco para cambiar modelos de vida que no son sanos.

No duré mucho con mi rollo del pijama pero veinte años después seguimos siendo amigos. Una de las cosas que más me gusta al llegar a casa es precisamente ponerme un pijama que me regalaron en un vuelo. Me viene grande y creo que entre otras razones me encanta por eso. P. también es un amante de los pijamas. No nos disfrazamos de policías ni divagamos sobre cómo mantener viva la llama de la pasión después de diez años. Es más, esas discusiones me parecen absurdas, estériles e infantiles. Mantener el fuego durante tantos años es un trabajo condenado a la insatisfacción. Pese a todo lo escrito, considero que somos razonablemente felices.

Hoy sábado no tenemos Deluxe porque hay fútbol así que nos hemos cogido un avión rumbo a Atenas para empaparnos un poquito de cultura. Le cuento el jueves a Eliad mi plan de viaje y me dice que tiene un amigo en Mykonos. “Ya, pero es que yo me quedaré en Atenas. Quiero conocer la Acrópolis, visitar museos”. Advierto que se queda como desconcertado. No acaba de creerse que no dé un saltito para pegarme una juerga en Mykonos. Y entonces estoy a punto de explicarle que yo soy más de pijama que de bañador pero me callo porque no quiero que piense que soy un señor al que le quedan tres años y dos meses para cumplir los cincuenta.

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