Está mi madre preocupada porque Nina, su perra, tiene ya catorce años. Que le da una pena tremenda verla caminar con dificultad, dice. Entonces yo me pongo a contarle los problemas de salud que tienen dos de los míos, también mayores ya, y así pasamos la noche del viernes en Badalona. Mi hermana Ana interviene en la conversación para recordarnos que morir forma parte de la vida pero mi madre no ha experimentado mucho consuelo al escuchar sus palabras.
Yo ya estoy empezando a interiorizar que pronto tendré que prepararme para dos adioses. Qué difícil despedirse de alguien que ha estado incondicionalmente junto a ti durante casi quince años. Ahora, antes de irme a dormir me los quedo mirando fijamente. Es hora de retener el máximo de recuerdos posibles.
El idioma de mi madre
Hablo con mi madre del día que Nina se vaya. Le pregunto que si querrá tener otro perro. Por un momento la veo triste: “No. A mis ochenta y cinco años no quiero otro. Qué pasaría con él cuando…”. No la dejo acabar. “Pues claro que tienes que tener otro. Lo adoptas, claro”. Se le cambia la cara. “Hombre, a lo mejor un cachorro”. “Pero para qué quieres un cachorro con la lata que dan. Uno de dos o tres años”. Empieza a sonreír: “Es que los perros hacen mucha compañía. Además los tienes que sacar, estar por ellos”.
En menos de cinco minutos ha decidido que llegado el momento sí, adoptaremos un perro. Y si pasa algo, que no va a pasar, me lo quedaré yo. “Pero tienes que llegar a los cien porque yo quiero cumplir los setenta contigo”. De un manotazo hemos espantado a las sombras que estaban a punto de adueñarse del comedor de nuestra casa en Badalona.
Cortesía Jorge Javier Vázquez
Paso buena parte de la mañana del sábado tumbado en el sofá con la cabeza apoyada en las piernas de mi madre. Le pido que me haga masajes en la cabeza, cierro los ojos y se para el mundo. Dura poco, porque a ella le gusta hablar. Sobre todo, de cosas que ha visto por la tele. Aunque debo confesar que cada vez que me cuenta algo tengo que hacer un verdadero esfuerzo porque parece que hable en clave.
Sale el nombre de Raquel Bollo y entonces empieza a decir: “A ver si se arregla con aquella chica tan maja que se juntó con aquel y tuvo un hijo”. Mi cerebro cortocircuita. ¿A qué se refiere? “La que pillaron a su hijo en la Feria de Sevilla”, añade. Tras someterla a varias preguntas, deduzco que se refiere al hijo de Raquel Bollo y a Adara. Me ha costado lo mío, que conste. Todavía no acierto a saber cómo lo he logrado porque entre una frase y otra no parece haber mucha conexión. Pero uno se acostumbra al idioma de una madre. Cada una tiene el suyo propio. Único e intransferible. Por cierto: mi madre utiliza el verbo “arreglar” como “hacerse novios”.
Veo difícil enamorarme
Últimamente me ha dado por escuchar en bucle ‘La gata bajo la lluvia’. Me estremece lo de “Amor, lo nuestro solo fue casualidad” o “Si alguna vez nos vemos por ahí, invítame a un café y hazme el amor”. ¿Por qué hace tanto tiempo que no tengo que decir algo así?
Veo un podcast que se llama ‘El tercer acto’ en el que entrevistan a Yolanda Ramos. Cuenta que cuando un terapeuta le preguntó cuál era su hobby contestó: “Enamorarme”. Y claro, como no siempre eso sucede, pues lo lleva regular tirando a mal. Y más, confiesa, a sus cincuenta y seis años. La entiendo. Por eso me ponen tontorrón las canciones de la Dúrcal. Porque cada vez veo más difícil que te entre una personita por el ojo y por el corazón.
Dice también Yolanda Ramos: “No quiero sufrir”. Aquí está la madre del cordero. Cuando cumples años, si eres honesto contigo mismo, te engañas menos. Tienes más claro dónde intentarlo y cuándo poner tierra de por medio. Durante la juventud te acoges al “a lo mejor cambia” para meterte en cualquier aventura, mientras que en la madurez, a las primeras de cambio, te ves diciéndote a ti mismo: “Este imbécil no me va a destrozar la vida”.
Leo a Shulamit Graber en Instagram: “Uno no se va de una relación por cualquier cosa pero tampoco se queda a pesar de todo”. Entiendo a Yolanda Ramos cuando habla sobre el enamoramiento. Dice que le da marcha. Totalmente de acuerdo. Pero cuando me pongo melancólico por mi soledad miro a mi alrededor y veo a docenas de parejas que querrían estar tan solteras como yo. Empiezas a pillarle el tranquillo a la vida cuando dejas de valorar como idílica la existencia del otro.
La polémica de Melody
Acabo el domingo a punto de llorar con el último capítulo de ‘Mariliendre’. Me emociona el alegato final de Blanca Rodrigo, la protagonista, sobre de la importancia de cuidarnos y sentirnos cuidados. Paradojas del destino: en este último capítulo sale Melody, a la que esta semana solo le ha faltado aparecer en el horóscopo de Esperanza Gracia.
Brillantísimo su cameo. Hay mucha artista en ella. Hasta Nacho Duato ha hablado de nuestra eurovisiva poniéndole las pilas con cariño. Melody. Al escribir su nombre pienso que todo lo que ha sucedido con ella sucedió el año pasado o así. Y no. Fue la semana pasada, pero engullimos las polémicas con tantas ansias que se quedan marchitas a los tres o cuatro días. Es el signo de los tiempos. Consumimos sin parar, pensando siempre en qué será lo siguiente porque “lo de ahora” se nos queda antiguo mientras lo masticamos. Quizás por eso Yolanda Ramos, más gente y yo echemos de menos enamorarnos. Porque en este mundo tan cambiante, elegir a una persona y que esa persona te elija a ti es una pequeñísima esperanza de no convertirte en un diminuto trozo de olvido.