El martes, día en el que se instalaba la capilla ardiente de Ana Diosdado en la SGAE, amaneció lluvioso. Me pregunté si a Ana le gustaba la lluvia. Como esa me quedaron muchas preguntas por hacerle. Muchas cenas pendientes. Muchas conversaciones telefónicas. Admiraba a Ana desde adolescente, cuando la descubrí en ‘Anillos de oro’. Nos pasó a muchísimos de nuestra generación. Devoré millones de veces su libro ‘Los ochenta son nuestros’. Soñaba con conocerla, con hablar con ella. No en ser su amigo: eso ya me parecía demasiado. En ‘Sálvame’, siempre que podía, aprovechaba para enviarla besos y manifestar lo mucho que me gustaba. Me hacía gracia pensar que alguien le diría lo mucho que le admiraba. Un día la llamaron del ‘Deluxe’ para venir a una entrevista y ella aceptó: pensó que era de buena educación corresponder al cariño que siempre le había manifestado. Fue un placer conocerla, entrevistarla, contarle lo que había significado en mi vida. Hacía muchos años que no salía en televisión y la gente se quedó pegada a la entrevista. A partir de ahí mantuvimos cierta relación. Hablábamos de vez en cuando por teléfono, cenamos una noche en el Santo Mauro con P. y Alberto, venía con cierta frecuencia al programa. Aprovecho para decir a toda la gente que la quería y la admiraba, que era una mujer excepcional: cariñosa, educada, sensible, respetuosa, inteligentísima. Hablamos de hacer una obra de teatro juntos. Yo le animaba continuamente a escribirla y ella siempre me decía que sí, que teníamos que quedar, que la tenía muy pensada. No llamaba por teléfono por temor a resultar pesada. Imaginaba que los demás estábamos muy ocupados para atenderla. Ana Diosdado es una figura importantísima dentro de nuestro mundo cultural pero ella no quiso creerlo nunca. Esta mañana he buscado un ejemplar firmado que me envió de ‘Los ochenta son nuestros’ después de la primera entrevista del ‘Deluxe’, ese libro suyo que tanto me marcó y me sabía casi de memoria. Le dedicó el libro a varias personas y al final me escribió: “Y ahora también para ti, Jorge Javier, que por esta novela eras mi amigo desde hace muchos años sin que yo lo supiera. Como ahora ya lo sé, que este librito suponga el principio de una hermosa amistad. Hasta siempre”. Gracias, Ana.