Pilar Eyre

Pilar Eyre

Reina Sofía
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"Sofía, el dolor de una reina cada vez más sola"

Aunque en público el rostro de doña Sofía siga tan impávido como siempre, las penas íntimas y las tormentas que agitan su alma de 87 años no la dejan vivir en paz. No solo le duele el pasado de su marido, aireado incesantemente por los medios de comunicación, sino su presente, ¿qué hace en Abu Dabi?, ¿con quién está?, ¿con la de siempre o con alguna nueva? Intentando ayudarla a pasar este trago, los tres hijos, Elena, Cristina y Felipe, se han confabulado para no hablar nunca del padre delante de su madre.

Pero doña Sofía, que está tremendamente aislada, intenta atisbar, sin preguntar directamente, algún retazo de información, por pequeña que sea, sobre su todavía marido. Así lo hacía en los años 80, cuando Sabino Fernández Campo era el jefe de la Casa: “Pretendía adivinar por la corbata, las llamadas, el perfume, quién era la favorita del momento. Incluso una vez descubrió que llevaba una pulserita de cuero igual a la de una dama mallorquina y supo quién se la había regalado, pero como el rey tenía un amor en cada puerto, en Madrid, en Barcelona, en Sevilla, en Mallorca, en Baqueira, hasta en Pamplona, mientras iba a visitar a su padre, doña Sofía no sabía si eran muchas o era la misma muy paseada”.

Sofía y Felipe
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Alguna vez la reina incluso se había presentado de improviso en el despacho para sorprenderlo, provocando una situación incómoda para los asistentes del rey y el enfado de su marido. También lo hacía cuando viajaba, y, que yo sepa, lo pilló dos veces con otra mujer, la primera en una cacería en los montes de Toledo y la otra en Granada. El rey, en vez de disculparse, se impacientaba, “¿por qué no avisas? Tú misma te metes en estos berenjenales”. Sabino intentaba consolarla, “Señora, los hombres españoles son así” y su suegra la reprendía, “resígnate, los Borbones son muy malos maridos”.

La tristeza de Sofía

Ahora ya no viven juntos y Sofía no tiene nadie próximo que le informe, así que cada vez que oye el nombre de su marido tiende la oreja a ver si pilla algo. Así ocurrió en la desangelada fiesta de cumpleaños de la infanta Cristina la semana pasada, pero no hubo manera, la familia se cierra en banda y jamás hablan de Juan Carlos. Como me dice un amigo, “en estos momentos no hay una mujer más sola en España que la reina Sofía”.

Sofia e Irene
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Sus hijas la quieren, pero tienen más complicidad con su padre, se lo cuentan todo, se lo pasan mejor con él, cada día lo llaman varias veces para comentarle los más mínimos aspectos de su vida, cosa que no hacen con la madre. Su hijo, que la adora, intenta acompañarla, pero sus ocupaciones son muchas y no tiene el respaldo de su mujer. Con sus nietos, en general, tiene poco trato. Pero lo peor en estos momentos, lo que le quita el sueño hasta el punto de que solo puede dormir con ayuda, es que su hermana querida, su apoyo, la única persona en la que confía al cien por cien, la única que comprendía su inmenso sufrimiento conyugal, se está yendo poco a poco.

Nosotros lo contamos hace dos años y desde entonces la princesa Irene está dejando de ser Irene. Aquella mujer inconformista y algo ingenua, espontánea y espiritual, se va desdibujando con cruel lentitud ante los ojos de su hermana, que la ama tiernamente. 

Recuerdos lánguidos

Quizás Sofía e Irene sonrían aún al recuerdo de aquellos tiempos en los que las hermanas adoptaron un corderito y lo dejaban entrar en palacio y jugar con los perros hasta que el cordero terminó ladrando. ¡Y los dibujos en su dormitorio de personajes de Walt Disney y cómo lloraba Irene con la madrastra de Blancanieves! Y es que la memoria de Irene se ha quedado anclada en la infancia. Pero la sonrisa de Sofía estará anegada en lágrimas porque, cuando se vaya su hermana, no quedará nadie para hablar de sus padres, ni de esas niñas que, cogidas de la mano, han atravesado juntas todas las etapas de la vida.

Sofía sigue cumpliendo con su agenda, pero no porque se lo impongan, sino porque ella lo ha decidido así. “Estoy bien, convocadme, recordad que siempre estoy dispuesta”, casi suplica. Su tarea de reina es la única función de su vida, su motor para tirar adelante. Esta semana tiene dos actos y acudirá sabiendo que todos los presentes habrán escuchado de qué manera su marido le ponía los cuernos con Bárbara Rey con los detalles más morbosos, una daga que se va hundiendo lentamente en su corazón desde hace muchos años y que cada vez duele más.

Nada notaremos en su semblante, los amigotes de su marido la denigraban antes por eso, “ni siente ni padece ¡es fría y ambiciosa!”. Pero no es cierto, la reina es una persona muy sensible y emotiva y en estos momentos está destrozada. Su gran preocupación es que su hermana se vaya cuando ella no esté delante, por eso prefiere cuidarla en casa, que ha convertido en un pequeño hospital con enfermeras turnándose día y noche. Irene no sufre, pero para Sofía es muy duro asistir día a día al deterioro imparable de su hermana pequeña. Pero llora en silencio porque así se lo enseñaron de niña. No es frialdad, sino dignidad. Para bien y para mal Sofía es la última de su raza.