¡Marisol! ¡Estuve con ella! ¡Fue la bomba! Ya convertida en Pepa Flores, retirada en Altea junto a Antonio Gades, venía a Barcelona a un mitin del Partido Prosoviético de los Comunistas, escisión por la izquierda del PSUC, y me enviaron a entrevistarla. En el Borne no dejaban entrar a periodistas y tuve que recurrir a mi parentesco con un miembro del partido para colarme. ¡Qué belleza de mujer, dios, qué belleza!

Iba con vaqueros, pañuelo rojo al cuello con la hoz y el martillo, y olía a sudor limpio. En la mano, un vaso de vino peleón. Abrazaba a todos y, cuando subió al pequeño estrado, el local se vino abajo con su voz enronquecida: “Hay que tener fuerza, compañeros, fuerza y confianza en el triunfo del comunismo, la lucha debe continuar, ¡solidaridad con los pueblos de Latinoamérica oprimidos por las dictaduras fascistas! ¡Argentina, Chile, Uruguay, Guatemala…!”.

Cuando se pusieron a cantar la Internacional, puño en alto, aproveché para identificarme. Pepa se molestó. “Huy, hija, si yo ya no doy entrevistas… Todas las que salen por ahí son inventadas, ¡pero si tengo un disco que la discográfica no saca porque me niego a promocionarlo! ¡Soy una trabajadora de la canción y no una estrella! Solo vengo a actos como este porque es más importante mi presencia aquí que en una discoteca hablando de frivolidades…

marisol pepa flores

Vengo a poner mi granito de arena en la lucha contra el fascismo, contra el desencanto, en la recuperación de la alegría revolucionaria…”. Le confesé que me impresionaba verla tan cambiada, y ella se revolvió. “No tanto, porque yo por dentro siempre he sido Pepa Flores. Antonio y yo pertenecemos al pueblo y por ser del pueblo nos hemos hecho comunistas, pero de ningún partido, ¡siempre vamos a estar a la izquierda de los partidos!¡Por el comunismo es por lo único que vale la pena luchar y morir!”.

Con un gesto, detuvo a un militante que pretendía expulsarme: “Es una trabajadora como nosotros”. Le pregunté cómo era su vida. “Mi vida es mi compañero, mis hijas y la lucha revolucionaria”. “¿Y el amor?”, le dije. Me miró con asombro, ay, esos ojos: “Compañera, parece mentira que no lo sepas, ¡todas las revoluciones se hacen por amor!”. Llovía. Era 1983.