En estos tiempos en los que la mayoría de las personas prefieren mirar hacia otro lado por aquello de “no meterse en líos”, conviene felicitar a Silvia, la vecina de la casa de al lado de la ya conocida como ‘la casa de los horrores’ de Oviedo. Esta mujer, profesora universitaria, decidió hace unos meses denunciar porque desde hacía un tiempo pasaban cosas “extrañas” en el chalet vecino, el del 15A de la calle Toleo.
Un tipo misterioso
La mujer contó que ya en verano del año pasado, vio en el jardín de la casa a un niño jugar. Le pareció extraño que en aquella parcela siempre tan descuidada hubiera alguien, pero pensó que el extraño vecino extranjero que apenas aparecía tras la puerta para recoger los pedidos que le llegaban semanalmente del supermercado, había recibido visitas. Un tipo misterioso que había alquilado la vivienda a través de una agencia en octubre del 2021 y que había llamado la atención del vecindario por su extremada discreción. De vez en cuando salía a tirar la basura, recogía también el correo y algún paquete que le llegaba y siempre se movía con mascarilla. La parroquia rural de Toleo ya es de por si discreta, con una decena de impresionantes parcelas con sus casas unifamiliares, a las afueras de Oviedo, en la falda del monte Naranco. Un lugar precioso a escasos metros del convento de las Carmelitas Descalzas, donde viven un grupo de monjas de clausura.
Curiosidad y preocupación
No es que Silvia no tuviera cosas que hacer, pero tal y como relató en su primera denuncia, acabó controlando los movimientos de su vecino. Así confirmó que de vez en cuando, mientras el hombre salía de la casa para acercarse hasta la puerta de la finca a recoger el envío del supermercado, había movimientos en el interior del chalet. Sobre todo, en la segunda planta. Cortinas que se movían, persianas que bajaban o subían e incluso algunos sonidos que le sonaban a risas de niños.
En algunos momentos, la mujer llegó a pensar que se estaba extralimitando y que debía abandonar ese papel de detective privado en el que se había instalado. Pero cada vez que miraba desde sus ventanas a la casa del vecino, las preguntas sin respuestas crecían. Si aquel hombre vivía solo ¿para qué necesitaba toda esa gran cantidad de comida que semanalmente llegaba en furgoneta? La curiosidad fue en aumento y unida a ella, una preocupación por si dentro podían estar pasando cosas extrañas y un sentido de la responsabilidad que la llevó a dar el paso de denunciar.
Una explicación convincente
El 14 de abril, Silvia se presentó en el servicio de Infancia y Familia del Ayuntamiento de Oviedo. La mujer llevaba consigo varias hojas con anotaciones de todas las cosas que le parecían extrañas y que avalaban sus sospechas de que en aquella casa había varios niños viviendo y que debían estar encerrados porque no salían de la vivienda. La explicación de la mujer debió de ser tan convincente que ese mismo día, la Policía Local de Oviedo montó un dispositivo de vigilancia alrededor de la casa. La investigación no tardó en dar sus frutos y avalar las sospechas de la vecina. Los agentes comprobaron que en el inmueble, un caserón con bajo y dos plantas, que en su día había sido ocupada por un futbolista del Real Oviedo, solo había una persona empadronada, desde febrero de 2022: Christian Steffen, de 53 años y nacionalidad alemana.
Una compra reveladora
Los investigadores decidieron hurgar en la lista de la compra que tanto había llamado la atención a la vecina. Y encontraron la pista que necesitaban. Aquel tipo compraba para una familia entera con niños, no para un hombre que viviera solo. Por si fuera poco, había un consumo exagerado de pañales de bebés. Nadie los había oído, ningún médico de la zona les había atendido. ¿Para quién eran entonces todos aquellos pañales?
Un horrible hallazgo
La investigación parecía detenida. Más allá de los sospechosos excesos en la compra al supermercado, no había nada más que permitiera a los policías avanzar. El responsable del caso, el inspector jefe de la policía judicial de la Policía de Oviedo pidió entonces arriesgarse y llamar a la puerta. El lunes 28 de abril, dos semanas después de la denuncia de la vecina, los agentes se presentaron en la puerta. Pasaban unos minutos de las once de la mañana. A los pocos minutos de llamar, el hombre “descalzo y desaliñado” les abrió la puerta. Les contó que vivía con su mujer y sus tres hijos. No trató en ningún momento de ocultar la presencia del resto de la familia y permitió a los policías acceder al interior. Lo que se encontraron aquellos uniformados al cruzar el umbral lo definieron después como “la casa de los horrores”.
Afectados por el apagón
La mujer, estadounidense nacionalizada alemana, cuya piel jamás veía la luz del día, insistió a la traductora de alemán que acompañaba a los policías que los agentes debían ponerse mascarilla porque sus hijos “estaban muy enfermos”. Los niños llevaban tres mascarillas cada uno, una encima de la otra. El mayor de diez años y dos gemelos de ocho, llevaban pañales y caminaban encorvados. Se sorprendieron de la visita y se mostraron asustadizos en un primer momento. Los pequeños dormían cada uno en una cuna, y el mayor en un camastro en unas estancias que los policías describieron como un basurero. Había pañales sucios por toda la casa, tampones y compresas usados por la madre durante la menstruación, debajo de la cama. Un caos y un olor insoportable en una casa cerrada a cal y canto de la que nunca salían. La casa estaba llena de medicamentos que la madre aseguró que eran para “el trastorno de déficit de atención” de sus hijos. Los policías estaban iniciando el registro de la vivienda, con compañía de dos trabajadoras sociales del gobierno de Asturias cuando se fue la luz. En un principio pensaron que habían saltado los plomos. No tardaron en averiguar que en aquel rincón de Asturias también se fue la luz, como en el resto de España, por el apagón, por lo que tuvieron que suspender el registro.
Una obsesión insalubre
Los padres fueron detenidos y tras un día en los calabozos, el juez que les tomó declaración ordenó el ingreso en prisión de ambos. El matrimonio contó que sus hijos “enfermaron gravemente” en Alemania y como el colegio no les dejó escolarizarlos en casa, huyeron a España. Una explicación que no convenció ni a los investigadores ni al juez. De hecho, la Guardia Civil que asumió la investigación sospecha que los padres se obsesionaron con el coronavirus y trataron de que sus hijos no asistieran al colegio en Alemania, para evitar el contagio. Y como no les permitieron realizar las clases desde casa, buscaron un lugar discreto en el que esconderse del mundo. Su obsesión les hizo llenar la casa asturiana de máquinas de ozono que tenían a pleno rendimiento, disparando el consumo de luz. También el de agua, hasta el punto de que la propietaria del chalet llegó a pensar que había una fuga por los recibos que le llegaban de la vivienda. Aunque no han dado ninguna explicación al uso del agua, los investigadores sospechan que se obligarían a lavarse constantemente para evitar el contagio, aunque después la casa no tuviera las mínimas condiciones de salubridad. Los críos ya están bajo la custodia del Principado, que valora los daños sufridos tras permanecer al menos cuatro años encerrados como animales. Los responsables están tratando de localizar algún familiar que tenga capacidad y garantías para asumir la tutela de los tres hermanos.
Relatos espeluznantes
Lo poco que ha trascendido de los menores es que poco a poco reaccionan positivamente y están mostrando señales de afecto y cariño hacia sus cuidadoras. Un elemento esperanzador para su recuperación. Los relatos que van trascendiendo son espeluznantes. Los críos solo podían ir al baño un número limitado de veces al día, por eso llevaban pañales. Tenían que pedir permiso para todo. Y sus movimientos, incluso en el interior de la casa en la que vivían encerrados estaban limitados. Una de las salas de la casa estaba habilitada como cuarto de estudios y en ella había libros y material escolar, que los pequeños utilizaban unas horas al día para estudiar. Hacía cuatro años que no salían de aquella casa. Uno de los agentes que participó en el rescate contó como los pequeños se sorprendieron al pisar la hierba del jardín, la manera en la que les molestaba la luz y como respiraron con mucha profundidad, como si sintieran la necesidad de llenarse los pulmones de aire limpio.