Sábado por la noche. Las vacaciones están tocando a su fin. Llevamos desde el martes en bañador y chanclas en Fernando de Noronha. Sí, ya sé que en España eso es una ordinariez pero aquí me he sentido tan libre que una mañana se me olvidó la camiseta en la playa y almorcé en un restaurante a pecho descubierto. No era el único. Es más, ese era el atuendo habitual. La gente se mueve por la isla en unos coches muy ‘cuquis’ pero como son de marchas y yo soy muy torpón conduciendo –me apaño solo con los automáticos– tiramos de taxi o caminando, como los lugareños. En la recepción de la ‘pousada’ –no hay hoteles– me cuentan que la isla está llena de celebridades brasileñas, principalmente actores y actrices de telenovelas. Y también la exnovia de Neymar, que no le pongo ni cara ni nombre. Salgo una noche y me encuentro con Eliad Cohen, mi Eliad. Está tan guapo y tan simpático como siempre. Solo salgo una noche porque al día siguiente me despierto cansado y no me compensa. Así que, como a obsesivo no me gana nadie, me acuesto a las ocho y media de la tarde para ser, a las siete de la mañana, el primero en desayunar. He reflexionado muchísimo sobre mis cuarenta y ocho años y las maneras de divertirme a esa edad, pero eso ya lo dejo para la semana que viene. Solo un titular: la noche ya no me pertenece. Hago la maleta escuchando a María Dolores Pradera cantar un poema de Gil de Biedma que acaba con estos demoledores versos: “Porque quererse es un castigo y es un abismo vivir juntos”.