Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

Por qué la vida es tan injusta

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Cojo un taxi al Auditorio de Tenerife para ir a hacer mi función y al montarme me pregunta el taxista: “¿Qué hay hoy ahí?”. Y a mí, que me da vergüenza decirle “yo mismo haciendo una obra de teatro”, le contesto que no lo sé porque yo voy para otra cosa. Al acabar la actuación me avisa el gerente de la compañía que me esperan dos personas a la salida. Una de ellas es una señora de mediana edad en silla de ruedas que me confiesa nada más verme que es una enferma terminal y que le queda poco tiempo de vida. La otra, un muchacho discapacitado intelectual de edad indeterminada –¿entre treinta y cuarenta?– que cuando me ve se pone a llorar y se tira al suelo de la emoción. ¿Qué hace uno ante este tipo de situaciones? Primero, preguntarse por qué la vida es tan injusta. Luego, intentar dar ánimos de la mejor manera posible aunque la señora me los desmonte al instante con la mejor de las sonrisas: “Mis dos hermanas ya se han muerto por mi misma enfermedad. Y lo que más me duele es que yo tengo un hijo como este chico que hay aquí y tengo miedo de lo que le pueda pasar cuando yo ya no esté. Dale muchos besos a Belén. Vosotros dos sois mi familia”.

Me monto en el taxi que me lleva al hotel muy tocado, con ganas de llorar. El taxista tiene ganas de pegar la hebra y después de varios minutos de conversación me pregunta que cómo me encuentro sentimentalmente. Me parece todo tan ‘Sábado Deluxe’ que no puedo evitar soltar una carcajada. Se conoce que sabe que estoy soltero porque no tarda ni medio segundo en asegurar que tendré muchísimos candidatos para pretenderme. Le digo que, lamentablemente, no tantos. Al dejarme en el hotel me avisa de que le gustaría invitarme a la carrera pero que con todo el dolor de su corazón no puede. “Sólo faltaría –le respondo–. Los trabajos se pagan. Invite usted a quien no pueda pagarlo”. Y entonces él me mira a los ojos y me dice: “Cómo se nota que es usted una buena persona”. Y me saca una sonrisa, fíjate tú.

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