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Óscar, Adrián y yo planeamos un fin de semana de solteros y decidimos escaparnos a Múnich. Cada uno de nosotros, por distintos motivos, necesitamos quitarnos de en medio de nosotros mismos y resetear la cabeza en un entorno distinto al habitual.
El novio de Adrián me envía un mensaje pidiéndome que cuide a su chico y el mío también le dice a mis compañeros que se hagan cargo de mí. Es bonito que tu pareja se preocupe de una manera tan naif.
Tengo la sensación de que se quedan en Madrid pensando que vamos a hacer muchos destrozos fuera pero luego no pasamos de cometer alguna travesura perfectamente contable.
Además nos resulta difícil imaginar que los alemanes, altos y rubios como la cerveza, vayan a perder el tiempo echándole los trastos a unos españoles morenos y bajitos. También supongo que en el fondo de nuestros corazones anida el deseo de poder permitirnos el lujo de decirle que no a uno de esos alemanes tan atractivos de manual. Fundamentalmente por dos motivos: por el triunfo de los del montón contra los bellos y por darle por saco a Merkel.