Después de cerrar algunos flecos pendientes, P. , A. , R. y yo  nos metemos en un avión rumbo a Los Ángeles. Nos sorprende que nada más montarnos una señora se tape de arriba abajo, cabeza incluida, con una pomposa manta negra. Imposible pasar desapercibida de tal manera. Pero pasa. Nadie le hace el más mínimo caso.

Al llegar  a nuestro destino, un maromo bien musculado comienza a sacar bolsos y más bolsos de Louis Vuitton del compartimento donde está la señora. El maromo nos mira a todos con cara de asesino en serie, disuadiéndonos de que nos acerquemos a su protegida. Pero lo cierto es que nadie se acerca porque nadie la reconoce. Sólo muy al final nos damos cuenta, por el culo, de que era Kim Kardashian.

Al llegar a Los Ángeles meten a P. en un sala para interrogarle y cuando acaban con él me pillan a mí por banda para inspeccionar la maleta. “¿A qué se dedica?”, me pregunta un policía. “Soy artista”, replico convencido. No se asombra. En esta ciudad deben crecer como champiñones. Primera impresión de la ciudad: vaya con las distancias. Son más largas que un día sin noticias de Rosa Benito y Amador.