Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier y Lima
Garófano

"La muerte de Lima, mi galga, nos ha dejado para el arrastre"

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Jorge Javier Vázquez

Escritor, presentador, actor y productor teatral

El jueves por la noche se nos fue Lima. Lima era la mía. Mi galga. Fue la primera que adoptamos en común P. y yo. Antes vino Cartago, pero P. no estaba ahí. Andábamos en una de nuestras múltiples idas y venidas. Así que la marcha de Lima, después de doce años con nosotros, nos ha dejado un poco para el arrastre. Escribo en plural porque P. y yo seguimos juntos pero de otra manera. Y Lima sigue estando con nosotros pero también de otra manera. Prefiero pensarlo así. Llega una edad que todo te sirve para seguir levantándote. 

Lima
Jorge Javier

Como dos enamorados

Para los que vivimos solos y tenemos animales, el hogar no es la casa sino donde estén ellos. Sentir calor de hogar era abrir la puerta y que Lima se me abalanzara como una loca porque, como siempre le decía a P., estaba enamorada de mí. Y yo de ella. Él se descojonaba, pero era verdad. Cuando me largaba de vacaciones llegaba un punto en que no podía más y subía las escaleras del primer piso para plantarse delante de mi habitación. Ella, que era tan perezosa y tan poco habilidosa para bajar y subir escaleras. Era su manera de decir que ya estaba bien de tanta ausencia, que volviera porque me echaba demasiado de menos. El lunes que estaba yo en el hospital con el asunto de ese ictus que yo no sabía que me había dado estuvo Lima meditabunda, según me contaron. Tristona. Y coincidió que me metieran en el quirófano y ella volviera a subir las escaleras para esperarme en la puerta de mi habitación. Así me lo contaron y me lo creo, porque nuestra conexión no era normal. Mi operación fue bien y ella volvió a ser la fiera de siempre. Había veces que volvía de un viaje deseando verla y ella, como una señorita despechada, me giraba la cara. Pero pronto se le olvidaba. Cosas de enamorados.

Flechazo veterinario

La cosa empezó a pintar mal a finales de noviembre. Quedé con Lecturas para hacer la última entrevista que ha publicado la revista. Hacía tiempo que no me maquillaba ni peinaba pero justo ese día, un miércoles, al volver a casa, me la encontré tumbada en el sillón respirando con dificultad. Llamé a N. y nos plantamos de urgencia en el veterinario. Y ahí me veo yo en una sala colocándole oxígeno en el hocico cuando, de repente, mi mirada se cruza con la del veterinario. Joven, guapo, como a mí me gustan. Se paró el tiempo, te lo juro. Mi corazón hizo crush. Fueron unos segundos, los suficientes para que por mi cabeza se me pasara la idea de que Lima, mi galga favorita, quería dejarme cuidado emocionalmente hablando. Sí, me estaba presentando a su sustituto. Ella sabía lo que me convenía. Un hombre joven, amante de los animales. En esos momentos a uno se le vuelve la cabeza loca pero es capaz de encontrar argumentos inverosímiles para no darse barrigazos contra las paredes. Consiguieron estabilizar a Lima y tras unas indagaciones me enteré de que el veterinario tenía novia. Creo sinceramente que cuando lo pillé mirándome pensó: “Pero este señor, que no sale en la tele desde el fiasco de ‘Cuentos Chinos’, qué hace peinado y maquillado a estas horas de la noche en la sala de urgencias del veterinario”. Lo mismo pensó el muchacho, que me peinó y me maquilló todos los días evocando tiempos mejores. Pues no. Quiso la casualidad que ese día, justo ese día, tuviera un reportaje. Lima salió de esa. Con una pastilla de más. Parecía que todo se quedaba en un susto, aunque me dejó tocado ver cómo la pinchaban para estabilizarla y verme a mí colocándole una mascarilla en el hocico para ayudarla a respirar. Doce años a mi lado. Su vulnerabilidad también fue la mía. Han sido un par de meses viéndola superar el contratiempo. N. me advertía: “Está muy mayor y muy delgada”. Ya, pero ahí seguía, me autoconvencía yo. “Aguantará un par de años más, ya verás. Ella mide mucho sus fuerzas”. Yo miraba billetes de avión sin mucha convicción. Soy un maestro del autoengaño pero ya veía yo que no era el momento. El jueves por la noche, al preparar las cenas, Lima no apareció. Y eso que cuando había movimiento en la cocina era la primera que se manifestaba. La encontré tumbada en el sillón. Como la otra vez. Con dificultad para respirar. Llamé a N. Llegó con S., la veterinaria. Al verla, pronunció la fatídica frase: “A lo mejor hay que parar”. Ese “hay que parar” me destrozó. Y empecé a llorar, claro. Viaje al veterinario. Análisis. “Deberíamos operar pero está muy mayor, no resistiría una sedación”. Había llegado el momento. De los tres galgos que se me han ido era la primera vez que iba a acompañar a alguno en su último viaje. Y tenía que ser con ella, claro. Nos quedamos un rato a solas. Le cogí la cabeza entre mis manos y nos miramos a los ojos, como tantas veces habíamos hecho a lo largo de estos doce años. La acaricié, le dije “guapa”. Volví a acariciarle la cabecita hasta que en un momento escuché “Ella ya no está”. Y aparentemente todo acabó. Cuando aparece la muerte todo a tu alrededor se convierte en ruido. En casa el silencio se hace más espeso, casi oscuro. Enciendo la tele sin sonido porque me parece que las palabras profanan el dolor. Me duelen los ojos. Doce años juntos, Lima. Doce años, que se dice pronto. A lo largo de ese tiempo me he separado, he querido ser actor, cantante y a veces escritor. Era presentador. Pero ahora, por encima de todas esas cosas, lo más importante de todo es que ya no estás. Y vuelvo una y otra vez a esa hermosa canción de ‘El cuarteto de Nos’ que descubrí este verano: Ya no sé qué hacer conmigo.

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