Ya he escrito varias veces sobre ‘First Dates’, pero creo que no las suficientes. Con el programa voy a rachas: unas veces lo veo sin parar y otras me tomo un respiro. Ahora estoy en la época de tragármelo todas las noches sin descanso y estoy entusiasmado con que en el grupo en el que trabajo se emita algo así. Una noche aparecieron un muchacho de Córdoba de 24 años y una muchacha de 26. A él le iba el sadomaso y ella era sumisa. El muchacho se mordisqueaba los labios de gusto mientras ella le iba contando que tenía el umbral del dolor muy alto y que por eso era complicado encontrar al cómplice adecuado. “Me gustan los retos”, resoplaba el cordobés. Maravilla pura. Conocimos también a unas chicas de veintipocos años a las que les gustaban los chicos y las chicas pero más las chicas. Y lo decían con naturalidad, sin complejo de culpa ni remordimientos. Como el chico jovencísimo que le declaraba a su cita que no se había atrevido a dar el paso de ser mujer por miedo. No por el qué dirán, sino por el miedo que supone todo el proceso. Qué auténtica fantasía escuchar a gente hablar de sus emociones con una tranquilidad que resultaba impensable en mi juventud. Recuerdo que yo entraba a las discotecas de ambiente cerciorándome previamente de que nadie me viese hacerlo. Y en algunos bares llamabas y miraban por una mirilla antes de dejarte entrar. ¡Ay, esa nostálgica clandestinidad! Pero seamos realistas: es mucho más sano mentalmente divertirse sin tener que esconderse.