El tiempo en Barcelona transcurre de una manera tranquila. Me levanto tarde y voy a hacer deporte con Luis Noya, que aparte de ponerme en forma me habla de chacras y energías. En el gimnasio una señora se me acerca y me dice: “Mira, yo no veía los programas que tú haces. Pero de verdad, tal y como está el mundo, no encuentro otra manera mejor de distraerme, de despejar la mente. ¿Y cómo está Mila? Porque esa mujer tiene mucho genio pero es todo corazón”. Me hacen gracia los comentarios de los taxistas: “Oye, y ahora que no estás tú en el Deluxe, ¿quién lo presenta?” “María Patiño” –le respondo-. “¡Ah!, la canija!” concluye él sin maldad. Almuerzo todos los días en casa de mi madre. Ella está contenta y yo más todavía. Doy gracias constantemente porque no me haya tocado una de esas madres pesadas y chantajistas que echan en cara a sus hijos que no le dedican el tiempo suficiente. Mi madre podría hacerlo porque no nos vemos lo que deberíamos. Pero en vez de quejarse prefiere disfrutar el tiempo que estamos juntos. Después de almorzar, siesta y al teatro, donde estoy siendo feliz todas las noches. La respuesta del público está siendo tan entusiasta que vuelvo a casa flotando. Antes de meternos en la cama P. y yo nos enchufamos un par de capítulos de 'The good wife'. Así todos los días. A simple vista el plan de vida que estamos llevando en Catalunya suena aburrido pero para mí está siendo fantástico. Nos quedaríamos aquí muchísimos meses. En una semana y media sólo he salido una noche. Con O. Disfruté muchísimo la cena y luego acabamos en el Arena pero ahí ya me vi yo un poquito fuera de lugar. Gente a la que le doblaba la edad, la mayoría extranjeros y música muy alejada de lo que yo suelo escuchar. Una vez en la calle, O. y yo acabamos poniéndonos en su móvil 'Pavo Real' y a punto estamos de bailar por Massiel. Desistimos porque al día siguiente hay función pero sobre todo porque tampoco es plan de que un móvil furtivo me pille marcándome unos pasos en la rúe al más puro estilo Kiko Rivera.