¿Por qué Irene de Grecia no se casó? La tía ‘Pecu’ que acabó soltera por culpa de su cuñado Juan Carlos I

Irene de Grecia nunca se casó pero, una vez, estuvo a punto de hacerlo. Esta es la historia de cómo Ia hermana de la reina Sofía acabó soltera para siempre debido a su cuñado

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Conchi Álvarez de Cienfuegos

Redactora Jefe de Clara Corazón

A Irene de Grecia (81 años) las opiniones de su cuñado le salieron carísimas. Más caras que ninguna que haya pagado nadie por una opinión del suyo. Claro que su cuñado era rey. Juan Carlos I fue el responsable de que la queridísima hermana de su mujer jamás contrajera nupcias, ni pudiera formar esa familia con la que soñó. La relegó a la frase que, de tanto ser repetida, acabó creyéndosela, “resulta imposible vivir conmigo”. Esta es la historia de una mujer en la sombra, supuestamente rebelde pero que siempre hizo lo que los demás querían de ella. 

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Irene de Grecia, una princesa en el exilio 

Para entender el carácter de Irene de Grecia, que ahora ve cómo sus recuerdos se emborronan debido al ‘mal del olvido’, hay que conocer sus orígenes. Remontémonos a principios de los años 40. La familia real griega vive exiliada en Sudáfrica. Huyen del avance del nazismo y primero encuentran refugio en El Cairo (Egipto) para después instalarse en Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Es ahí, donde la familia ve cómo sus hijos pasan de dos a tres. Ya no son solo Sofía y Constantino, se les acaba de unir Irene. 

Cuando acaba la Segunda Guerra Mundial, la familia hace las maletas y regresa a Atenas. Tatoi se convierte en el hogar más querido por estos niños que, el día de mañana, tendrán que volver a recoger sus enseres. Pero, hasta entonces, aún queda. Así que Irene aprovecha los ratos libres que tiene para tocar el piano, y pasear con su hermana Sofía a la que toma como una mentora. Cuando sus padres no están en casa, ella es su referente adulto, aunque solo le saque tres años. Es la mayor y se fía a pies juntitas de todo lo que le dice. Sofía, madura y entregada a los cuidados, la protege como si fuera su niña chica, de la que siempre está pendiente. Unos roles que mantendrían toda su vida. 

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La princesa Irene hace lo que cualquier jovencita de su posición: formarse, tener buena cultura y buscar marido. Se lo repite sin cesar su madre. La reina Federica desea para su pequeña un buen matrimonio, pero, a pesar de los pretendientes, ninguno es de su interés. Del de Federica, no del de Irene, que parece tener menos voz y voto que nadie en estas cuestiones. Ninguno era de su agrado. Ni Mauricio de Hesse, del que Irene andaba prendada, ni Miguel de Orlèans ni tampoco Harald de Noruega. Tampoco Juan Carlos. El nombre de su cuñado ha estado puesto sobre la mesa de los supuestos pretendientes de Irene desde hace años; pero como cabría imaginar, ninguno de sus protagonistas lo confirmó nunca.  Y jamás lo harán. 

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Pasajera en el barco del amor, ¿y primer interés de Juan Carlos I?

En 1954, a la reina Federica se le ocurre una brillantísima idea: zarpar un crucero, el Agamenón, al que invitarán a los jóvenes de las realezas europeas y que recorra las costas griegas. Esto obedecerá a dos objetivos, uno, dar promoción a Grecia, y dos, que sus hijas encuentren marido. Así de claro. Y les dio donde elegir. La monarca lo dispuso todo en esta ‘Isla de las tentaciones’ flotante para que los casaderos y casaderas de cada corona saliesen de él emparejados. Y Federica, que donde ponía el ojo, ponía la bala; lo consiguió. Su mayor conoció al que sería su marido con que acaba de cumplir 61 años de casada. Pero lo más importante de todo, consiguió que Sofía fuera reina. Eso era lo principal. 

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Pero, ¿podría ser que en 1954 un enamoradizo Juanito sintiera primero atracción por Irene, tan tímida y diferente al resto? Podría. Pero la idea fue pronto descartada. La que convenía era Sofía y todas las partes lo sabían. Y así fue como pasaron de posibles pretendientes a cuñados. 

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El 14 de mayo de 1962 el príncipe español se casaba con la hija mayor de los reyes de Grecia, e Irene quedaba, para siempre y como aquella película romántica, relegada a ser siempre la eterna dama de honor. 

Misticismo, ‘saris’ y solidaridad. La nueva vida de Irene de Grecia

Con su querida hermana lejos del nido familia y su hermano accediendo al trono, tras la muerte de su padre mediados de los 60 y el comienzo de los años 70 pintan cargados de novedades para Irene. Lo que ella no sabe es que vendrán muchas más. Primero un nuevo exilio después de un golpe de estado. La abolición de la monarquía en Grecia es una realidad y ella y su familia se refugian en Italia. 

Pero cuando se obra el gran cambio en Irene es en 1973. Irene y la reina Federica se trasladan a la India; donde adquiere ese halo ‘místico’, “casi divino”; como siempre remarca su hermana mayor. En el país de la Madre Teresa, la princesa halla la paz y despoja de todo lo terrenal. Se convierte en una estudiosa de las filosofías budistas e hinduistas y pasa a ser esa mujer de melena ingobernable, vestidos bohemios y complementos diferentes que es hoy día. 

Adora su vida en Madrás (India). Se siente bendecida y, al fin, ha encontrado su lugar en el mundo. Pero, en 1981, su vida vuelve a dar un giro: su madre muere tras someterse a una operación de párpados en Madrid (mucho se ha escrito sobre esto, si era por una infección o por una intervención estética) y ella se instala a en España. 

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“Resulta imposible vivir conmigo”

Pero su vida no era la de un asceta. También vivió pasiones entonces. Ardores que acabaron frustrados por un rey. Si de sus primeros ‘noes’ la responsable fue su madre, de los siguientes fue su cuñado Juan Carlos I.

El primero, Gonzalo de Borbón, era demasiado “golfo” para ella. “Si sigues adelante con mi cuñada, te expulsaré de España”, cuenta Pilar Eyre que le llegó a decir Juan Carlos a su primo. Él le conocía bastante bien y no quería que su fama de mujeriego acabara haciendo daño a la hermana menor de su mujer. “Gonzalo, al que tampoco le debería gustar mucho la princesita griega, obedeció sin rechistar”.

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Pero, ¿y el segundo? El segundo sí que era un santo varón. Pero tampoco le gustaba al rey. Él era Jesús Aguirre, ex jesuita y una persona con una cultura vastísima. Los dos compartían muchas inquietudes y parecían destinados a entenderse. Imaginaos, ella, una gran pianista y él, un director general de Música y Danza del Ministerio de Cultura. El ‘match’ perfecto. Pero no para Juan Carlos. Pilar Eyre cuenta cómo fue la conversación entre el rey y el exsacerdote que acabó, para siempre, con el cortejo amoroso: “Oye, tú, deja en paz a mi cuñada, que es una inocente y todo se lo cree... No la enredes, no quiero que vuelvas a llamarla”. Irene estaba enamorada y esa llamada que cortó todo entre ellos fue devastadora para ella. Pagó el precio más alto que nadie ha pagado por una salida de tono de su cuñado: renunciar al amor. 

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Porque detrás de él, aunque se ha rumoreado algún nombre, nunca vino nadie más. Con Jesús Aguirre se cerró la puerta a la idea de formar una familia y de tener lo que tenían sus hermanos mayores. Por cierto, él sí se casó. En 1978 Jesús Aguirre y Cayetana de Alba pasaban por el altar. Un matrimonio del que los hijos de la duquesa acabaron hartos, aunque esa es otra historia…

 

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Irene, la tía ‘Pecu’

Vivir en España le permite pasar más tiempo con sus sobrinos, que empiezan a llamarla Tía Pecu, de peculiar. A Elena, Cristina y Felipe se le hacen raros los comportamientos de la hermana de su madre. Sus looks, su imagen, su modo de hablar y expresarse; la envuelve una luz única, y los niños se dan cuenta de ello. Desde entonces, Irene de Grecia no renuncia a sus temporadas en la India, donde también trabaja activamente en la Fundación Mundo en Armonía, que crea para mantener activo su perfil solidario; que se vuelve su gran preocupación.  

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Ahora, a Irene se le desdibuja todo lo que vivió. Todas las fechas, los recuerdos y las personas. Ya no tiene importancia los noes de su madre ni los de su cuñado. Ya solo importa la mano de su hermana Sofía que no la deja nunca. Porque, en realidad, eso fue lo único que siempre importó. 

 

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