El futuro de la infanta Sofía es un misterio. Con 18 años recién cumplidos y tras superar el exigente Bachillerato Internacional del UWC Atlantic College de Gales se abre un amplio abanico de opciones para la hija pequeña de los Reyes de España.
El camino de Leonor hacia el trono lo marcan don Felipe y doña Letizia pero, ¿qué pasa con Sofía? Como Infanta de España es inevitable que se hable de la hoja de ruta marcada por sus tías Elena y Cristina: estudios universitarios que combinaron con su labor institucional como hija de Rey. En Lecturas hemos querido abordar esta comparativa con María José Gómez Verdú, experta en protocolo y etiqueta.
"Las infantas pueden ser consideradas como modelos de referencia, pero también de advertencia", advierte la experta. A diferencia de Felipe, que tenía una formación muy marcada sin espacio a la improvisación, Elena y Cristina gozaron de una mayor libertad a la hora de elegir qué hacer.
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"Las infantas Elena y Cristina crecieron en una monarquía en transición, protegidas por el silencio institucional y rodeadas de formalidad, pero sin un papel definido más allá del deber familiar", recuerda la experta. Ambas optaron por una formación universitaria, muy destacada en la época, aunque muy diferente. Mientras que la infanta Elena se decantó por una licenciatura en Educación Especial; Cristina se fue por la rama de las Ciencias Políticas, estudios que amplió con un Máster en Relaciones Internacionales.
Ambas tuvieron potencial para desarrollar una presencia sólida dentro de la monarquía. Sin embargo, ese potencial nunca se tradujo en un proyecto claro. "Elena quedó en un limbo protocolario, más cercana al papel de una noble tradicional que al de una figura pública relevante. Cristina, con mayores credenciales, terminó protagonizando uno de los mayores escándalos de la monarquía española", nos explica Gómez Verdú.
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El declive de Elena y Cristina en la monarquía española por su vida personal
Como miembros de la Familia Real, Elena y Cristina siempre han estado expuestas a una gran presión mediática, el mismo punto en el que se encuentra la infanta Sofía, o incluso más, ya que en plena era digital su intimidad se reduce a las cuatro paredes de palacio. Si bien no hay nada que recriminar a las hermanas de Felipe VI en lo que se refiere a su papel institucional, la realidad es que su vida privada dinamitó esa posición privilegiada.
La vida personal de Elena y Cristina ha estado en boca de todos durante años. La experta en protocolo recuerda que la primogénita de los reyes eméritos "vivió un matrimonio conflictivo y un divorcio que, aunque gestionado con discreción, la dejó en una posición incómoda: ni dentro ni fuera de la institución". Después, sus apariciones fueron casi anecdóticas hasta dejarla completamente apartada de la agenda real. "Ha sido el reflejo de una Casa Real que no supo cómo recolocar a una infanta divorciada que no había cometido ningún error institucional, pero tampoco aportaba valor estratégico", apunta Gómez Verdú.
"Cristina, por su parte, eligió mal", afirma con contundencia la experta. "No tanto por amor, eso no se juzga, sino por haber vinculado su vida a alguien que usó su posición para beneficio personal. Ella lo permitió, y con ello perdió parte de ese respeto que había ganado. Hoy, su figura sigue dividiendo: algunos la ven como víctima de las circunstancias; otros, como símbolo de un sistema de privilegios que no supo autorregularse", cuenta.
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Un papel real todavía por determinar
"La falta de un marco institucional claro agravó las consecuencias", afirma Gómez Verdú. Una indefinición que contrasta con la trayectoria de otros miembros de la realeza europea como Carolina de Mónaco, quien ha sido durante décadas el rostro más visible y poderoso del Principado. Un papel cultural y diplomático, que refleja la forma en la que la monarquía puede apoyarse en miembros no herederos para construir estabilidad y presencia. La princesa Astrid de Bélgica ha desarrollado una carrera institucional sólida, participando de forma continua en misiones económicas internacionales y representando al Estado con naturalidad y profesionalismo.
Incluso en casos más polémicos, como el de la princesa Marta Louisa de Noruega, hubo una intención clara por parte de la Corona de permitirle un espacio propio, con reglas y consecuencias. No obstante, la hermana de Haakon decidió romper con su papel real, una determinación que generó una enorme controversia. Lo mismo ocurrió con el príncipe Harry, que con un claro papel decidió romper con todo, un adiós que supuso un terremoto institucional sin precedentes para la Casa Real británica.
"Lo que une a todas estas figuras es que la institución supo asignarles un rol, trazar una frontera entre lo privado y lo público, permitirles ser útiles. En cambio, Elena y Cristina fueron moldeadas por una monarquía que confundió el simbolismo con la pasividad, y que nunca llegó a darles herramientas ni un marco de actuación más allá de la representación ceremonial", ha concluido María José Gómez Verdú en su análisis. Ahora, la infanta Sofía vuelve a abrir esa ventana, un papel muy necesario para la continuidad de la Corona que desconocemos si la joven está dispuesta a afrontar con todo lo que eso conlleva.