Georgina Hudson, experta en el síndrome de la niña buena: “La libertad comienza cuando nos damos permiso para vernos con honestidad y tratarnos con ternura”

Cansancio extremo, irritabilidad, tristeza, sensación de estar sobrepasada. Así describe la psicóloga Georgina Hudson los síntomas del síndrome de la niña buena. Tenemos que rebelarnos contra él cuanto antes.

Georgina Hudson
Fiorella Pongolini

Sonriendo estás más guapa. Así se titula el nuevo libro que la psicóloga y experta en el síndrome de la niña buena, Georgina Hudson, saca este año para ilustrarnos sobre lo que significa perdernos por el camino. Perdernos intentando ser perfectas, amables, inteligentes, guapas y amables. Perdernos intentando ser “niñas buenas”.

En esta entrevista que concede a Lecturas, abordamos lo que se esconde tras este síndrome, que muchas mujeres padecemos sin saberlo. Si te sientes agotada, te sientes sola e imperfecta, notas una tristeza inmensa y constante, y jamás pareces haber cumplido con las expectativas externas, esta entrevista es para ti. Te mereces dejar ser una niña buena.

La niña buena

¿Cómo podemos saber si seguimos atrapadas en el rol de la “niña buena”, incluso cuando creemos que somos independientes y fuertes?

El rol de la “niña buena” no desaparece con los logros, ni con la independencia económica o profesional. A menudo, persiste como una sensación profunda de estar fallando, incluso cuando lo estamos dando todo. Es ese impulso de hacer más —de sostenerlo todo— por miedo a decepcionar, a que nos cuestionen, o a que el amor se retire si no cumplimos con todas las expectativas. Es una voz interna que no se calma con el éxito externo, porque aún busca aprobación. Identificarla no es señal de debilidad, sino una oportunidad de despertar. La libertad comienza cuando nos damos permiso para vernos con honestidad y tratarnos con ternura.

Es evidente que, en este sentido, entra en juego la sociedad patriarcal. ¿Estamos las mujeres expuestas a exigencias que no caen sobre los hombres? 

Sí. Aunque hoy ocupamos espacios que antes nos eran negados, muchas mujeres seguimos atrapadas en exigencias invisibles que no recaen sobre los hombres. Se espera que seamos siempre eficientes, agradables, empáticas y disponibles, tanto en el trabajo como en casa. Este ideal viene de una lógica patriarcal que espera que las mujeres cumplamos con el mandato de ser útiles, cuidar, no generar conflicto y estar siempre para los demás. Incluso cuando creemos actuar con autonomía, a veces seguimos respondiendo a esas expectativas. Reconocer esto no es culpar, sino cuestionar ideas heredadas que aún condicionan nuestra libertad.

Georgina Hudson
https://georginahudson.net/

La complacencia

Está claro que querer complacer a los demás de forma constante tiene un precio. ¿Con qué moneda estamos pagando este impulso de satisfacer a los demás? ¿Qué perdemos en el camino?

Estamos pagando con nuestra propia salud física y emocional, con nuestros sueños, con nuestra voz verdadera. Perdernos a nosotras mismas es el costo más alto, y no solo eso: la ansiedad, la frustración, el agotamiento, la sensación de vacío y desconexión son el grito de nuestro ser clamando por ser visto y escuchado. Esa moneda no vale la pena, porque al final, si no estamos en paz con nosotras, nada externo puede llenar ese vacío. Es cuando dejamos de perdernos que empezamos a encontrarnos en libertad.

¿Cómo sabemos que hemos llegado al límite de ese patrón de complacencia?

Cuando sientes que te has quedado sin energía para seguir, cuando el cuerpo te duele, cuando las emociones te sobrepasan y la tristeza o la irritabilidad se vuelven compañía constante, es la señal clara de que el patrón te está drenando desde dentro. Escuchar esa señal con amor, detenerte para cuidarte, y pedir ayuda, es un acto de rebeldía sagrada.

La culpa

¿Cuál es el primer paso realista que puede dar una mujer para empezar a romper con ese rol sin sentirse culpable?

Lo primero es reconocer que esa culpa que sentimos muchas veces no nace de nosotras, sino que proviene de creencias que nos enseñaron desde chicas, aunque nadie las haya dicho en voz alta. No es un reflejo de nuestra verdad. Después, podemos empezar a practicar el “no” en situaciones pequeñas, con amabilidad y firmeza.

Una herramienta útil es hacernos preguntas que nos inviten a pensar con honestidad: “¿Qué evidencia tengo de que ser ‘buena’ todo el tiempo me ha protegido o ayudado?” y “¿Qué evidencia tengo de que ser ‘buena’ todo el tiempo me ha hecho daño o me ha limitado?” Estas dos preguntas son clave.

Georgina Hudson
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Primeros pasos

¿Cómo lidiamos con el miedo al rechazo y al conflicto cuando nos atrevemos a empezar a decir que no, cuando salimos del rol de niña buena?

Pensemos en una niña a la que queremos mucho. Tiene miedo de decirle a su mejor amiga que hoy no quiere prestarle su muñeca nueva. Siempre le deja todo, pero hoy le apetece disfrutarla ella sola. No le decimos “no tengas miedo”. Más bien, la abrazamos y le decimos: “Es normal que te sientas así. Te preocupa que Fulana se enfade si le dices que no. Estoy contigo. Puedes dar un paso pequeño: decirle que hoy quieres jugar tú sola con tu muñeca, y que otro día se la prestarás. Cuando te sientas preparada, podrás dar otro paso más.”

De esa misma manera necesitamos tratarnos cuando empezamos a salir del rol de ‘niña buena’. No se trata de eliminar el miedo al rechazo o al conflicto, sino de acompañarnos con ternura mientras lo sentimos. La fortaleza no está en no tener miedo, sino en aprender a sostenerlo sin que nos paralice ni nos silencie. Cada vez que decimos un “no” con respeto hacia nosotras mismas, sembramos una semilla de libertad.

Poner límites no es una tarea sencilla. ¿Cómo podemos hacerlo sin sentirnos egoístas y sin caer en extremos?

Poner límites es un acto de alineación con nuestro centro, con nuestro ser esencial. No se trata de imponer barreras, sino de habitar nuestro espacio interno con respeto por nuestros deseos y posibilidades. Cuando lo hacemos desde un lugar de autenticidad y valoración propia, estamos honrando no solo nuestra energía, sino también la del otro, porque le estamos mostrando cómo relacionarse con nosotras de forma más consciente y genuina.

El rechazo del otro, si es que aparece, no es señal de que hemos hecho algo mal, sino un espejo que nos muestra quién está dispuesto a amar, aceptar, y valorar nuestra versión más íntegra y honesta y quién no porque no le conviene. Pues entonces, tendremos que elegir con quién nos queremos rodear.

Decir que “no”, no cierra puertas, sino que abre caminos hacia relaciones más auténticas y sanas.

¿Qué es lo que tú quieres?

Tras mucho tiempo siendo una “niña buena” nos puede costar diferenciar qué es lo que realmente queremos de lo que nos imponen desde fuera. ¿Cómo reconectamos con nuestra voz interior?

La voz interior se encuentra en el silencio, en la pausa, en la contemplación. Es esencial que apaguemos el ruido externo, reservemos tiempo para nosotras mismas y que en ese espacio nos permitamos sentir sin tapujos. No me refiero a sentarnos a meditar, sino a escribir libremente, a beber una taza de café o té y sentir. Una vez en ese espacio de calma interior, hacernos preguntas simples y sinceras: “¿Qué siento ahora? ¿Qué necesito? ¿Qué deseo realmente? ¿Esa voz que oigo es mía o es de otra persona? (lo que me dijeron que “debía hacer”)” Y escucha con el corazón, sin esperar respuestas inmediatas. La paciencia es fundamental: la voz interior habla cuando le damos espacio para ser escuchada.

Somos muchas las mujeres que hemos caído en esto de la niña buena. Pero quizá estemos a tiempo de que no les suceda a las nuevas generaciones. ¿Qué podemos hacer para que nuestras hijas, sobrinas o alumnas no hereden esta idea de que tienen que ser siempre amables y perfectas?

Podemos empezar por mostrarles con nuestro ejemplo que la imperfección, la vulnerabilidad y la honestidad no son debilidades, sino fuentes de poder; que nuestra voz merece ser escuchada y que nuestro lugar en el mundo lo ocupamos con presencia, con fuerza y sin pedir permiso.

Podemos hablarles de su derecho a enfadarse, a equivocarse, a decir que no, y a brillar desde su autenticidad. Es importante ayudarlas a cultivar la autocompasión, la libertad interior y la fuerza de ser quienes realmente son, sin tener que ganarse el amor a costa de sí mismas y buscando la aprobación fuera de ellas.

Si una mujer que nos lee se siente imperfecta, insuficiente y desesperada por todo lo que implica estar atrapada en ese rol de la niña buena, ¿qué consejo le darías para empezar a cambiar su vida?

Le diría que no está sola en ese cansancio ni en esa sensación de insuficiencia. Que está bien sentirse así, que no es menos valiosa por eso. Que lo primero que puede hacer es respirar hondo y permitirse sentir, sin juzgarse ni exigirse la perfección para merecer amor o descanso.

Le diría que cambiar no es dar un salto enorme, sino dar pequeños pasos: una palabra amable que se diga a sí misma, un “no” que antes callaba y ahora se atreve a expresar. Que su mérito no depende de cuánto dé o aguante, sino de quién es en esencia, con todas sus luces y sombras.

Que se dé tiempo, espacio y la oportunidad de redescubrirse sin cargar con las expectativas que la sociedad le impuso. Que el cambio empieza cuando se escucha y hace caso a lo que su corazón y su cuerpo le están pidiendo.

¿Nos recomiendas tres lecturas para niñas malas que nos ayuden a seguir rebelándonos contra este rol impuesto para cuando las lectoras se acaben tu libro?

Escoger solo tres es difícil porque hay muchas voces poderosas que acompañan este despertar. Pero si me permites, recomendaría:

“Mujeres del alma mía” de Isabel Allende — Un homenaje intenso y cálido a la fuerza femenina que atraviesa generaciones, con la profundidad de una voz que no teme narrar las sombras y la luz del alma.

“Indomable” de Glennon Doyle — Una invitación a dejar atrás las cadenas invisibles para vivir una vida auténtica, audaz y liberadora desde la experiencia de la propia autora.

“Mujeres que corren con lobos” de Clarissa Pinkola Estés — Una obra esencial para reconectar con el instinto y la sabiduría salvaje que llevamos dentro.