Lo más difícil fue preguntar a mi madre si aún llora por Edmundo

Había temas que yo no sabía cómo tratar con una persona que ya ha vivido el ochenta por ciento de su vida. Tengo clavado no haberle preguntado qué significó para ella pasar el confinamiento conmigo. El día que mi madre no esté me quedaré con lo que vivimos ella y yo.

Respecto a la pandemia, está más tranquila de lo que yo esperaba, pero que se le recuerde que va a cumplir ochenta años lo lleva y le sienta fatal. Me da pena que no quiera celebrarlo, ese número es muy importante en la vida. 

A raíz de la pandemia me atreví a preguntarle por Edmundo, que se mostró reticente a vacunarse. Fui capaz de ir más allá y le hice una de las preguntas más complicadas para mí: “¿Sigues llorando por él?”.

Quiero dejar claro que he protegido a mi madre sin sobrepasar los límites de la confianza para que siempre haya cosas que se queden en su privacidad. Si le pregunté eso sobre Edmundo es porque aún se me encoge el estómago al recordar a mi madre haciéndose muy pequeñita ante el dolor. Superar ese sufrimiento me ha costado mucho y me emociona. No sé si ella ha conseguido olvidarlo del todo. Cuando uno no comprende cómo ha ocurrido es complicado pasar página sanamente sin pensar:

“¿Qué pude hacer yo para que me pasara esto?”. De momento, nunca voy a hablar de lo que pienso y siento de cómo ocurrió todo. Me sorprendió para bien la frialdad de mi madre sobre este tema. Cuando le pregunté si estaba orgullosa de mi hermana y de mí, me parecía también arriesgado por dos cosas: no sabía si estaría preparada para escuchar su respuesta y por el esfuerzo de sinceridad de mi madre.