Indiscutiblemente, el centro de atención de los Juegos Olímpicos de Barcelona fue el rey don Juan Carlos. Estaba en la cumbre de su popularidad. En esos días se hizo una encuesta en la prensa catalana y, al preguntar quiénes eran las figuras más importantes de estos Juegos Olímpicos, el primero fue Maragall y el segundo, Juan Carlos. Jordi Pujol, el president de la Generalitat, manifestó que lo admiraba porque era una de las personas que mejor entendía el hecho catalán y don Juan Carlos se paseaba guapo, bronceado, sonriente, seguro de sí mismo, convertido en el talismán de la selección española. Sofia y Juan Carlos eran la imagen icónica de un país moderno y avanzado y se movían como estrellas de Hollywood, repartiendo abrazos y sonrisas. Pero todo era una comedia de cara a la galería… La pareja real se alojaba en el palacio de Pedralbes y, por las noches, los gritos que se dirigían se oían desde el jardín. La reina se había enterado de que el rey tenía una relación seria con Marta Gayá, que también estaba en Barcelona, y otra no tan seria con una dama catalana y una vez… Pero esto es ya otra historia. ¡Ay, quién pudiera volver a esos tiempos en los que todo parecía posible!