La mañana del viernes escucho a P. quejarse de que le están saliendo pelos en los oídos. “Ay, amigo” –le digo– “eso es la edad”. Yo tengo pelos desde que nací. Y los detesto. De ahí que me encanten los tíos imberbes. Pero no es de los pelos de lo que quiero hablar sino de la edad. De los años.

Esta noche iremos a ver a Patti Lupone. Mañana a Bette Midler en ‘Hello Dolly’ y el domingo a Glenn Close en ‘Sunset Boulevard’. Le cuento emocionado a César –treinta años– lo de Bette Midler y no sabe quién es. P. le cuenta a su entrenador personal –veintipocos– lo de Glenn Close y este le pregunta: “Qué es eso”. No “quién es esa” sino “qué es eso”. Todas las artistas que acabo de nombrar están a punto de cumplir los setenta en plenas facultades físicas. En España las despreciaríamos por viejas pero en Estados Unidos son respetadísimas y siguen abarrotando teatros.

Cuando P. y yo hablamos de estas artistas nos damos cuenta de que nosotros sí que nos estamos haciendo mayores. Hemos pasado muchas tardes de domingo disfrutando con actuaciones de Patti Lupone pero es un vicio que no podemos compartir con mucha gente a menos que tengan nuestra edad, sean gais o les gusten los musicales. Generalmente las dos últimas características van unidas. Ver hoy a Lupone a tiro de piedra encima de un escenario nos ha emocionado. En Broadway es toda una institución y el público la adora. Después de disfrutarla me he dado cuenta de que utilizar el calificativo de “vieja gloria” para referirse a artistas de setenta años se ha quedado obsoleto.