El sábado por la tarde veo ‘El ministro de propaganda’, una película sobre Joseph Goebbels. No es un peliculón pero nunca está de más recordar la barbarie que supuso el nazismo. La película acaba con una reflexión de Primo Levy, superviviente de Auschwitz: “Ocurrió. En consecuencia, puede volver a ocurrir. Puede ocurrir, y puede ocurrir en cualquier lugar”. De hecho, está ocurriendo. En Gaza. A muy pocas horas de avión. Pero el asunto no nos quita el sueño. Salía Martínez Almeida el viernes en La Sexta y explicaba con tintes pedagógicos que las guerras son muy malas pero que tienen sus reglas. Y que quizás a Israel se le estaba yendo un poco la mano. Creo que fue Iñaki, el presentador de ‘Más Vale Tarde’, el que le dijo que no le iban a entretener mucho porque sabían que tenía que ir a ver a Roca Rey a Las Ventas. También fueron Isabel Díaz Ayuso, Victoria Federica, Nuria González. Todas de punta en blanco.
Ellos, los que fueran, con americana y corbata. Se conoce que hay dress code para celebrar la agonía y muerte de un animal. Me removió la película sobre Goebbels. Maestro de la propaganda, el nazismo intentó ocultar al mundo la brutalidad que estaba llevando a cabo. Lo de escandalizarse vino después. Ahora somos conscientes, casi al instante, de los crímenes que se cometen. Pero ya cada vez nos escandalizamos menos. La vida sigue: vamos al cine, intentamos pasárnoslo bien y hasta maquinamos vacaciones de ensueño. Hemos aceptado que hay criminales sueltos y cambiamos de canal cuando se muestran imágenes de hambruna y necesidad. Ya lo dice el tango: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé”.
No hace mucho escuché a Maruja Torres en una entrevista: “Cada tres generaciones, una sociedad se suicida porque olvida lo que pasó”. Según la teoría de Maruja, nos toca pronto. Si es que no hemos empezado a hacerlo ya. Dentro de no mucho tiempo, cuando alguien más joven nos pregunte qué hicimos por Gaza, solo podremos mirar para otro lado y cambiar rápidamente de conversación. Porque no hicimos nada. O tan poco, que de nada sirvió. Bueno, sí: debatir sobre la participación de Israel en Eurovisión.
Vicky no defrauda
La semana pasada escribí sobre el reality de ‘Las Berrocal’ basándome en un trailer que había sacado Movistar. Pues bien: ya he visto el primer capítulo. En cuanto lo estrenaron. Y me ha gustado mucho más de lo que imaginaba. Está muy cuidado, muy bien contado. Gran trabajo detrás las cámaras. Y delante, lo imaginado. Vicky no defrauda. Está imposible en cada escena. Durante el primer capítulo nos confiesa que le está ocultando a su familia que quiere volver al mundo de la moda flamenca. Escrito así parece que para desempeñar esta tarea deba asesinar a cientos de miles de personas, tan trascendente y enigmática se pone ella.
Veremos en qué acaba todo, pero se está hinchando tanto el globo que como nadie se desmaye cuando comparta semejante información con su familia me voy a sentir estafado. La hermana de Vicky bien y la hija es todo un hallazgo. Una de sus grandes frases: “¿Vosotras sabéis lo que es ser hija de famosos en un colegio de Dos Hermanas?”. La pronuncia delante de su madre, su tía Rocío y su abuela. Nadie habla, todas callan. Queda la duda y los espectadores nos ponemos en lo peor. Qué fatiga. Drama psicológico en estado puro. Pero en realidad sobre quien de verdad quiero escribir es sobre Victoria, la madre de Vicky. No la tenía yo calada y me ha encantado. No se puede estar más natural ante la cámara. En cuanto aparece eclipsa al resto del reparto. Por su sencillez. Por su manera de expresarse, tan clara y rotunda.
Hay una escena preciosa en la que se la ve tumbada en una hamaca de la terraza de un hotel fumando con una elegancia a lo estrella de Hollywood. Mirando al infinito, absorta en sus pensamientos. La madre de Vicky engancha. E intuyo que irá creciendo todavía más en los próximos capítulos. Qué bonito todo lo que sucede en su casa de El Rocío. Costumbrismo de alta costura.
No tengo favorito
Comienza la recta final de ‘Supervivientes’. Cuidado porque a partir de ahora vienen curvas. Los concursantes empiezan a verse como finalistas y los familiares se ponen tan nerviosos como ellos. Entramos ahora en una fase del concurso muy adictiva porque después de tres meses les has cogido tanto cariño a los participantes que cualquiera te viene bien como ganador. O al menos eso pasa cuando las ediciones han sido vibrantes. Y esta, también lo ha sido. Cualquiera de los que están ahí merecen llegar a Mediaset en helicóptero, que es el sueño de todo el que se presenta. Me gustan todos. No tengo favorito.
Ya iré escribiendo sobre ellos más detenidamente cuando se acerque la final pero no puedo evitar dar ya unas pinceladas. Me ha sorprendido para muy bien Damián, que podría haberse hecho el tapado durante todo el concurso pero ha optado por arriesgar y entrar de lleno en la dinámica del reality. Se lo agradezco. Qué concurso tan inteligente está haciendo Pelayo, entregándose al máximo en las pruebas y sorteando con templanza los inconvenientes de la convivencia. Nota: tenemos que hacer todo lo posible para que se quede en Mediaset Elena, la madre Pelayo. Me encanta tenerla en los platós porque no tiene filtro. Es transparente y combativa. Una auténtica bomba de relojería.
Pelayo me dijo el jueves que el movimiento de tetas de Montoya solo me hacía gracia a mí. Lo reconozco. Montoya me sigue haciendo gracia. Mucha. También entiendo a aquellos que están un poco saturados de él, pero para mí pesa más todo lo que nos ha dado. Me parecería muy poco respetuoso tirar al personaje una vez usado. Merece que, una vez finalizado el concurso, le acompañemos en el proceso de asimilación de todo lo vivido. Por cierto: con todo esto no quiero decir que deseo que gane el concurso. Todavía no tengo favorito. Queda mucho partido.