En Mahón, mientras paseábamos con tan mal tiempo que Mila intentaba parar a los coches que pasaban a ver si la llevaban de vuelta a casa, María se escapó para comprarnos un regalito a los restantes integrantes del grupo. Seis, nada más y nada menos. La noche de su partida me fui a la cama con la sensación de que durante estos años no nos hemos dedicado el tiempo que nos merecemos. Y cuando vuelva a Madrid uno de mis más firmes propósitos es quedar con ella más a menudo y cuidarla con más cariño. Porque tampoco tengo tantas personas a mi alrededor que lleven recorriendo la vida conmigo más de veinte años. Desde que se fue la casa está mucho más tranquila, pero echamos de menos mandarla callar. Es viernes por la tarde y sólo quedamos P., Mila y yo. La hiperactividad de María ha propiciado que durante estos días no demos mucho por saco a Mila, a la que tengo a mi derecha trasteando su iPad más a gusto que un arbusto. De vez en cuando levanta la vista para pronunciar un comentario sobre algunos de los participantes de «First Dates» y acabamos descojonándonos de la risa. Tengo comprobado que el mundo se distingue entre aquellos que aman «First Dates» y los que no. Prefiero compartir noches de verano con los integrantes del primer grupo. Y P. y yo compartiríamos con Mila las cuatro estaciones y aún se nos quedarían cortas.