Marta Calderero, doctora en psicología: “Los filtros son el espejo de Blancanieves: nos muestra un reflejo totalmente ilusorio y nos atrapa en un ideal inalcanzable”

Si alguna vez te has sacado una foto y has pensado “salgo horrible”, si no te gusta mirarte al espejo, si te cuesta lidiar con tu autoimagen, esto es para ti. No tienes nada de malo, el problema está en las imágenes idealizadas a las que nos enfrentamos en tiempos modernos y cómo afectan a tu mente

Dismorfia corporal
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Todo esto comenzó en una conversación de terraza. Sentados a la mesa nos encontrábamos tres generaciones. Los que habían conocido Internet en la adultez, quienes habían crecido con él y quienes lo conocieron desde la infancia. El tema: las fotografías. Qué diferente era la percepción que cada uno de los allí presentes tenían sobre el tema.

“En mi época subíamos fotos de cualquier manera, salíamos tiradas en la calle, despeinadas y con unas pintas que ahora me moriría de la vergüenza”, comenta una de las personas que participa en esta conversación. Es millenial, de la famosa generación de Tuenti. No había vergüenza en aquel entonces. Ni mucho antes. “Pues anda que, si yo os enseñara fotos de mi juventud”, comenta quien nació en los 70, “no nos preocupábamos tanto de cómo nos veíamos, sino de captar el momento”.

Las fotos han cambiado, las reglas de la imagen también. Si querías ver a una mujer perfecta, sin una sola arruga, antes tenías que asomarte a una revista. Ahora, basta con abrir Instagram, activar un filtro y mirar a cámara. “La digitalización y la inmediatez de redes como Instagram o TikTok han convertido cada foto en un auténtico estudio de producción de imagen”, asiente Marta Calderero, doctora en psicología y experta en autoimagen, cuando le comento mis impresiones. “Con estos niveles de edición tan extremos, como los de un plató profesional”, todo ha cambiado. Y de eso, precisamente, hablamos en esta entrevista que concede a Lecturas.

Dismorfia
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Adiós a la espontaneidad

Lo primero que hemos perdido, me explica la experta, es la espontaneidad. Y “ese salto de la espontaneidad cruda a la perfección digital ha generado dos efectos perceptivos claves. Por un lado, la brecha entre percepción y realidad. Donde antes aceptábamos una sonrisa torcida o una luz poco favorecedora, ahora sentimos que ‘salimos horribles’ si la imagen no ha sido cuidadosamente editada. Y por otro, el refuerzo de la perfección. Al exponernos constantemente a cuerpo y rostros idealizados, nuestro cerebro normaliza esas versiones retocadas, minando poco a poco nuestra confianza en la propia imagen”.

Aquí damos con los dos primeros problemas, que dan origen a otros tantos más. Por suerte, “entenderlo es el primer paso para recuperar una relación más sana y auténtica con nosotros mismos, ya que, si se cronifican, pueden llegar a generar sintomatología psicológica grave”, asegura Calderero.

Los filtros: el espejo de Blanca Nieves

Muchas cosas han cambiado desde que las fotos eran naturales y espontáneas. Los filtros son, posiblemente, lo que más extraña a quienes conservan ojo analógico. Para Calderero son un claro problema.  “Los filtros son como el espejo de la madrastra de Blancanieves: esa magia que a primera vista parece buena, nos muestra un reflejo totalmente ilusorio y nos atrapa en un ideal inalcanzable”, explica.

Aunque empezaron siendo inocentes, y todos nos reíamos cuando en la pantalla nos veíamos con orejitas de perro, han dejado de serlo. Estos filtros, que nuestras hijas e hijos usan cada día, nos hacen enfrentarnos a imágenes superproducidas “creadas por capas y capas de edición”, que nuestro cerebro acaba normalizando. Como si esa “realidad filtrada”, dice Calderero, “fuera la única posible”.

Puede que tú no uses los filtros, pero incluso si no lo haces, siguen formando parte de tu vida y de tu autoimagen. Y la razón es que el resto del mundo sí que lo hace.

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Algoritmos e influencers

De acuerdo, tú no usas filtros. Pero sí que navegas por Internet. Ves las stories de tus influencers favoritas, te inspiras en sus outfits o escuchas sus consejos de vida. Y al hacerlo, sin darte, cuenta, te estás exponiendo a los filtros. Luego cuando quieres hacerte una foto, miras el resultado y piensas “es horrible”. E inconscientemente, tu cerebro recibe la información: “soy horrible”.

El problema es escapar de este ciclo, porque como explica Calderero, “los algoritmos alimentan una burbuja de contenidos que refuerza constantemente los mismos estándares de belleza, mostrándonos más de lo que ya consumimos. Así, estrechan nuestra visión sobre cómo deberíamos vernos”.

Por su parte, las influencers a las que todas adoramos, muchas veces validan estos ideales e invitan a imitarlos. Piensa cuántas rutinas de belleza, dietas, productos para el pelo y cremas para la piel has visto en la última semana pasando por redes sociales. El problema es que lo que vemos en pantalla no es el resultado de ningún cuidado personal: es un filtro, una imagen alterada.

“El impacto conjunto de ambos es profundo”, explica la experta. Cuando conjuramos al algoritmo y le sumamos figuras influyentes que validan este modelo, tenemos como resultado una autoimagen debilitada, una sensación de que no somos suficientes tal como somos. “Poco a poco”, explica la experta”, nos desconectamos de nuestra autenticidad y perdemos de vista la belleza real de nuestro ser. Nos desdibujamos tanto, que es como si nos convirtiéramos en maniquíes, en figuras sin alma ni historia, diseñadas para posturear, pero no para ser vistas de verdad”.

¿Y qué sucede en tu mente?

Tenemos claro cuál es el problema. Las redes sociales, sus filtros y algoritmos, nos han enseñado que deberíamos ser perfectas. Que deberíamos parecernos a lo que vemos en la pantalla. E incluso si eres consciente de este problema, te afecta, inevitablemente.

El impacto psicológico de esta exposición es evidente. “Interiorizamos la sensación de que nunca somos suficientes, y esa exigencia constante puede desembocar en un trastorno dismórfico grave”, nos explica la directora del centro psicológico PERSONALIFE Style.

Para quien no esté familiarizado con el término, la dismorfia es un problema cada vez más alarmante en nuestra sociedad. La Revista de Psiquiatría Infanto-Juvenil advierte que, en España, más del 2% de la población general sufre dismorfia. Y las cifras van en aumento. Afecta, especialmente, a adolescentes y mujeres. Tenemos que ponerle freno.

 

Dismorfia
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Dismorfia: un problema en aumento

La dismorfia, nos explica la psicóloga, es una preocupación excesiva por un defecto físico mínimo o incluso inexistente. Las hay de tres tipos: corporal, facial y digital o del selfie. Sí, ya estamos en ese punto.

“Esta preocupación genera pensamientos obsesivos autocríticos, como “soy horrible”, que no dejan de rondar la mente de quien lo padece, y que se intensifican con cada espejo o fotografía. Además, ese malestar tan intenso, junto con los pensamientos intrusivos, acaba provocando cambios en su día a día: dejan de hacer cosas que antes disfrutaban, evitan planes sociales, se aíslan en casa… Todo porque, al verse “horribles”, temen ser juzgados negativamente por los demás. Esa autopercepción distorsionada genera una inseguridad que afecta seriamente a su bienestar, limitando su desarrollo personal, profesional y sus relaciones”, nos explica Calderero.

Con el tiempo, pueden aparecer trastornos asociados: ansiedad social, agorafobia, depresión… Y lo verdaderamente preocupante, es que va en aumento.

“Hace una década, la dismorfia era mucho menos prevalente, y muchas personas la sufrían en silencio, sin ponerle nombre. Hoy, sin embargo, la cultura del selfie, la sobreedición digital, la búsqueda constante de una imagen perfecta en redes sociales y la accesibilidad a los procedimientos estéticos han hecho que este malestar psicológico se dispare, pero por suerte la conciencia sobre este malestar y la búsqueda de ayuda psicológica es cada vez mayor”, explica la experta en autoimagen.

Busquemos una solución

La dismorfia nos afecta a todos, pero, sobre todo, a los más jóvenes. “Están en pleno proceso de construir su identidad”, expone la doctora en Psicología, “esta sobreexposición a mensajes estéticos genera en ellos una vulnerabilidad profunda”. En la infancia también empezamos a ver casos. Tenemos que frenarlo.

Para la experta, la clave como padres, profesores, tutores y adultos pasa en “evitar comentarios críticos sobre el propio cuerpo, y especialmente, sobre el físico ajeno”. También recomienda “fomentar actividades identitarias que refuercen la expresión auténtica y pongan en valor la funcionalidad del cuerpo, como actividades artísticas, deportes o voluntariado”.

Además, recuerda que es clave “enseñar a los menores a diferenciar la realidad de la ficción digital, explorando juntos imágenes retocadas junto a sus originales sin editar para desarrollar un pensamiento crítico frente a los estándares de belleza”. Para acabar, y este punto es crucial, Calderero nos invita a “construir un espacio seguro de diálogo donde los jóvenes puedan expresar sus inseguridades sin miedo al juicio, siendo escuchados con empatía y validando sus emociones”.Principio del formulario

Estamos a tiempo

Como sociedad, también podemos hacer algo. Cuando pregunto a la experta sobre si estamos a tiempo de cambiar de rumbo, lo tiene claro: “Sí, pero requiere una acción coordinada en todos los niveles: desde las grandes instituciones hasta cada uno de nosotros. A nivel macro, es fundamental que centros educativos, administraciones y plataformas digitales se impliquen en la alfabetización visual, incluyan etiquetas de edición en las imágenes y fomenten normativas que protejan la salud mental de los usuarios. Al mismo tiempo, a nivel micro, cada persona tiene el poder de tomar decisiones conscientes: elegir a quién seguir, activar herramientas de control parental si hay menores en casa y, sobre todo, recordar que detrás de cada filtro hay un equipo de edición, igual que en una gran película”.

Las políticas públicas también deberían ir en esta dirección. Necesitamos políticas que “que respalden la salud digital y hábitos individuales que refuercen la autenticidad, podemos revertir la influencia tóxica de los filtros y construir un entorno online más saludable”.

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Cuando el daño ya está hechoFinal del formulario

Como adultos, podemos evitar a nuestros niños y niñas pasar por esto. Pero si te has sentido identificada con algo de lo hemos contado en esta entrevista, no está todo perdido. Si te sientes “horrible”, si no toleras tu imagen en el espejo, hay solución.

“La clave está en reconectar con lo real y reconstruir nuestra autoestima desde lo auténtico”, nos explica Marta Calderero, que ha acompañado a cientos de personas en este proceso. “Para ello, tres prácticas muy sencillas ayudan a mantener nuestra autoimagen fuerte y positiva, y a evitar caer en sesgos perceptivos al disfrutar de las redes sociales”. Son un buen punto de partida.

  • Radar de filtros. Adoptar la mirada de un detective, localizar señales de edición (piel de porcelana, ojos de póster, cabello irreal) y recordar que son producto de un montaje, no de la naturaleza.
  • Detox de expectativas. Cada mañana, contemplar una foto sin filtros y afirmar “esta persona soy yo, con mi belleza auténtica e identitaria, y eso me hace única”; antes de entrar en redes, repetir frases como “lo digital es una ficción; mi valía no depende de un filtro”.
  • Diario de belleza auténtica. Publicar diariamente en tu perfil o escribir en una libreta un detalle que ames de la belleza de tu ser, para reforzar el aprecio por tu propia autoimagen.

Para acabar, la experta nos recomienda “participar en comunidades que defiendan la belleza auténtica”, porque “fortalece estos hábitos y evita que los estándares inalcanzables se conviertan en exigencias. Así, nuestro espejo interior y el exterior vuelven a hablar el mismo idioma: el de la autenticidad”. Y sobre todo, “si el malestar persiste, buscar ayuda profesional es el acto más amoroso y valiente que puedes darte. No estás sola”.