Los 10 gestos que convierten a Letizia en una reina con principios

Una de las primeras audiencias de Letizia y Felipe cuando fueron nombrados reyes, en 2014, fue tremendamente simbólica. Recibieron a miembros de colectivos LGTBI y a la Fundación Triángulo, alejándose así de las posturas homófobas de los anteriores monarcas: el comportamiento machista de Juan Carlos y las manifestaciones de Sofía declarándose en contra de los derechos de los homosexuales ante Pilar Urbano, aunque luego tuvo que decir que la autora, miembro del Opus Dei, la había malinterpretado según sus intereses.

Por solidaridad entre mujeres, sin embargo, apareció muy cariñosa con su suegra en diferentes actos a lo largo de 2012, el ‘annus horribilis’ de Sofía, en el que se airearon por primera vez las infidelidades y humillaciones que había sufrido por parte de su marido en un libro de la que esto firma, ‘La soledad de la reina’, hasta el punto de que una plataforma de citas adúlteras empapeló todo Madrid con un retrato suyo que decía: “Gracias a Ashley Madison la Reina nunca más dormirá sola”. El apoyo público de su nuera culminó a lo grande: en el desfile militar del 12 de octubre, Sofía y la entonces princesa no dejaron de hablar ni de intercambiar gestos cariñosos.

Para que fuera patente su distancia con Juan Carlos, y como pequeña venganza por las humillaciones que le hizo pasar siendo princesa, Letizia procura en todas las fotos ocupar el puesto más alejado posible del emérito. Pero donde ha quedado más patente la hostilidad con su suegro ha sido en el funeral de la reina de Inglaterra. Obligada a sentarse a su lado, no se permitió ni una sonrisa, ni una mirada, para que quedara clara su aversión e incomodidad.

Desde que Chantal de Grecia se permitió criticar públicamente a Letizia, haciéndose fotos con sus cuñadas diciendo “mis españolas favoritas”, Letizia ha cortado lazos con la familia griega de su marido. Ella no ha vuelto a asistir a bodas, ni bautizos, ni celebraciones, ni los ha vuelto a invitar. Constantino y Ana María no han vuelto a poner un pie en este país que tanto hizo por ellos. Letizia ha conseguido borrar la huella en la Zarzuela y Marivent de los omnipresentes “Constantinos”, como los llamaban Juan Carlos, hasta el punto de que el rey Felipe en vez de ser medio griego, nos parece ya medio asturiano.

Para manifestar su apoyo a Ucrania en su enfrentamiento con Rusia, Letizia lució en un acto oficial, pocos días después de la invasión, una blusa ‘vyshyvanka’, con bordados típicos ucranianos. Al parecer, lo decidió ella personalmente la noche anterior y costó bastante trabajo encontrarla.

Animada por la repercusión, incluso internacional, que tuvo su anterior gesto con Ucrania, Letizia se puso para un acto en la Zarzuela una blusa elaborada por mujeres rescatadas de la prostitución y víctimas de trata y violencia de género, una causa en la que trabaja intensamente, pero que no se ha conocido hasta que la Reina decidió darle visibilidad a través de este modo de comunicarse moderno, eficaz y rompedor.

Al contrario de lo que la gente cree, Letizia nunca ha bebido alcohol. Me cuenta una compañera suya de televisión que se alimentaba prácticamente de Kit Kat y una bebida de cola que ahora detesta, hasta el punto de que no permite que sus hijas la beban. Al principio quería dejar bien claro que consideraba estúpida la manía de los brindis y ni siquiera se acercaba la copa a la boca, pero ahora, como en tantas cosas, ha tenido que transigir a regañadientes y apoya brevemente el borde de la copa en el labio inferior.

Como repudio a su cuñada Cristina, Letizia ha dejado de lucir su anillo de prometida. Era un diseño de diamantes y oro blanco que habían ido a recoger a la joyería Suárez del paseo de Gracia de Barcelona Iñaki Urdangarin y su socio, Diego Torres, y habían pagado con dinero de Nóos, de procedencia dudosa, por lo que es posible que en la actualidad ni siquiera siga en poder de la Reina.

Es curioso que, siendo Letizia periodista, haya desarrollado la misma aversión de su familia política por los medios de comunicación. En los primeros tiempos de su matrimonio, durante su verano de Mallorca, cuando su vida era pasto de rumores sin fin sobre su posible anorexia, operaciones de estética y mal carácter, decidió castigarnos y se puso durante cuatro días seguidos la misma ropa, sabiendo que esas fotos repetidas no valían un duro y no iban a reportar ingresos a los pobres paparazis desplazados a la isla. Pero su rabieta de niña malcriada duró poco y ahora se ha convertido en el talismán de las portadas y el personaje que más vende. Gracias, señora, por su apoyo inconmensurable a la causa del periodismo.