El asesino de Tajuña mata a golpes a su compañero de celda

MAYKA NAVARRO
Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

Hay lugares que concentran tanto sufrimiento que ni el paso de los años evita sentir escalofríos cada vez que se regresa. El parking del número 28 de la calle Bertran del barrio del Putxet de Barcelona fue el escenario de las atrocidades de un asesino en serie al que el grupo de homicidios de la Policía Nacional logró detener antes de que volviera a matar. Durante 22 días, Juan José Pérez Rangel sembró el pánico en una ciudad atemorizada tras el asesinato de dos mujeres. La pesadilla empezó el 11 de enero de 2003 y hasta su detención el asesino regresó una y otra vez al parking, escenario de sus crímenes.

Un preso muy peligroso

Ya se dijo entonces que no era habitual que un criminal regresara al lugar en el que había actuado. Menos aún que estuviera presente, como si se tratara de un vecino más, camuflado tras la cinta policial. Allí estuvo siguiendo de cerca el trabajo de los investigadores que acompañaban a la comitiva judicial en los levantamientos de los cadáveres de María Ángeles Ribot primero y días después el de Mayte de Diego.

Y eso es justo lo que hizo Dilawar Hussain Fazal Choudhary, de 42 años, en Morata de Tajuña. Conocido con el sobrenombre de El Negro, el hombre estuvo presente en los alrededores de la casa en la que el 17 de diciembre asesinó a golpes a tres hermanos. Semanas después, logró pasar desapercibido entre amigos, conocidos y curiosos mientras la Guardia Civil trabajaba en la vivienda. El individuo ha vuelto a acaparar titulares después de que la madrugada del pasado día 15 de febrero presuntamente asesinara a golpes a su compañero de celda, Ángel, alias El Búlgaro. Un preso muy peligroso, con antecedentes por homicidio y que estaba a la espera de ser juzgado por un delito de violencia machista tras haber rebanado los pezones a su compañera sentimental.

Asesino Tajuña
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Quería estar solo

El Negro y El Búlgaro compartían celda desde hacía pocas semanas, en un módulo de la prisión de Estremera. En los días anteriores al crimen, Dilawar había manifestado su voluntad de permanecer solo, sin compañía. Pero su petición no se había considerado porque sus alegaciones tenían que ver con lo “desordenado”, decía, que era su compañero.

La dirección de Estremera no tuvo constancia de ni un solo incidente entre ambos, que habitualmente jugaban largas partidas de ajedrez en el tiempo que estaban obligados a estar en la celda. La madrugada del pasado día 15, Dilawar discutió con Ángel y durante la disputa agarró una pequeña pesa que uno de los dos había sustraído del gimnasio y golpeó repetidamente a la víctima en la cabeza hasta matarle. Aún permaneció el asesino varias horas junto al cadáver, hasta que bien entrada la madrugada, llamó al funcionario de guardia a través del interfono que comunica con el centro de control.

“Dime. ¿Todo bien?”, preguntó el trabajador.

“Bueno, sí. ¿Podría acercarse un momento cuando pueda? He matado a mi compañero”, contó con la misma frialdad con la que semanas antes se presentó en el cuartel de la Guardia Civil de Arganda del Rey para asegurar que era el autor del asesinato de los tres hermanos de Morata de Tajuña.

En ese instante se activó el protocolo de seguridad de la prisión, se alertó a la policía judicial de la Guardia Civil, al juez, al forense de guardia y a los servicios médicos del centro penitenciario que solo pudieron confirmar la muerte del hombre. Dilawar fue trasladado a una celda individual de aislamiento. Dos días después, la magistrada titular del Juzgado de Instrucción 9 de Arganda del Rey acordó la provisional comunicada y sin fianza de Dilawar. Situación en la que ya se encontraba desde el triple crimen de Morata de Tajuña. Desde su nueva detención en prisión, Dilawar se encuentra solo en una celda de aislamiento, un cubículo de cristales, con vigilancia permanente y un cacheo minucioso cada vez que entra y sale para las dos únicas horas de patio al día que tiene asignadas. Un recreo al aire libre en el que permanece completamente solo, vigilado en todo momento por un funcionario. No le está autorizado salir de la celda para nada más. Desayuna, come y cena en el interior y solo dispone de un camastro y un retrete, también al descubierto. Cuando termine este periodo de asilamiento, Dilawar volverá al primer grado penitenciario y lo más probable es que Instituciones Penitenciarias lo traslade de cárcel.

Una convivencia normal

En los últimos días, los investigadores han interrogado a funcionarios, personal docente y de servicios sociales, así como a otros compañeros de módulo. La conclusión es que la convivencia era absolutamente normal más allá de las quejas de El Negro sobre lo poco ordenado y nada aseado que era su compañero.

En cuanto al arma del crimen, se trata de una pieza del gimnasio, un disco de un kilo que los responsables de la instalación ya reportaron a la dirección de Estremera de su desaparición. De hecho los funcionarios tenían abierto un incidente para dar con él.

Víctimas de una estafa

Dilawar llegó a España hace más de veinte años procedente de Pakistán, donde solo tenía como único familiar a su madre, que dependía completamente de él y a la que mensualmente le envía dinero para su subsistencia. Durante estas dos décadas, el hombre fue un ciudadano ejemplar que no protagonizó ni un solo incidente. Trabajó hasta conseguir regularizar su situación en España y ahorró hasta poder pagar el traspaso de un local que convirtió en locutorio. El año pasado conoció a las dos hermanas de Morata, Amelia y Ángeles, que le convencieron de la posibilidad de ganar una importante cantidad de dinero, limpiamente y sin esfuerzo. Las mujeres le explicaron que estaban a punto de recibir varios millones de euros de una herencia que les había dejado un militar norteamericano enamorado de Ángeles y muerto en una misión en Afganistán. Un dinero que estaba “paralizado” a la espera de sufragar una serie de gastos burocráticos para los que necesitaban dinero.

El hombre escuchaba entusiasmado aquel relato de las dos hermanas, absolutamente convencidas de su historia de amor con aquellos dos falsos militares norteamericanos a los que nunca vieron, con los que nunca ni una sola vez hablaron, y con los que únicamente se comunicaban a través de correo electrónico y mensajes privados de Facebook. En aquellos días, El Negro frecuentaba la casa de Morata de Tajuña. Convencido, traspasó el locutorio y entregó a las hermanas buena parte del dinero que le dieron. Unos 50.000 euros según consta en un documento que firmaron los tres, que reconocía la deuda y que ellas le retornarían incrementando en forma de intereses en cuanto recibieran la herencia. Las hermanas nunca cobraron. Al contrario. Los estafadores, una organización criminal que actúa en todo el mundo y que engaña, estafa y desvalija a mujeres y hombres de cualquier condición –especialmente vulnerables sentimentalmente– siguieron presionando pidiendo más y más dinero.

Vengar a su madre

Dilawar empezó a ponerse nervioso. En una ocasión discutió con Amelia y salió de aquella casa tras propinarle una bofetada. Meses después regresó y la agredió con un martillo. Aquel incidente provocó su detención y su ingreso en prisión preventiva durante varios meses, tras los que se celebró un juicio en el que fue condenado a dos años.

Estando en prisión, no pudo seguir enviando dinero a su madre y la mujer murió sola y de hambre. Así se lo relató el hombre a los guardias civiles. Frío y seguro de lo que hizo, responsabilizó a las dos hermanas de la tragedia de su madre, y les aseguró que desde ese instante no paró hasta regresar a aquella casa y vengar a su madre. Y eso hizo. Una mañana, anduvo solo hasta Morata de Tajuña y esperó agazapado en el jardín a que Amelia saliera y desconectara la alarma. La pilló desprevenida y accedió al interior. Los mató a los tres a golpes, en distintas habitaciones. No tuvieron ni escapatoria, ni capacidad de defensa.

El hombre abandonó la casa, se deshizo del arma, una barra de hierro que a día de hoy sigue buscando la Guardia Civil, y quemó la ropa. Varias semanas después regresó a Morata de Tajuña, apiló los cadáveres y les prendió fuego.

Semanas después, cuando un vecino alertó de que era extraño no ver a las hermanas, ni al hermano en el bar las tardes de fútbol, se forzó la entrada y se localizaron los cadáveres. La noticia encabezó telediarios y el presunto asesino regresó hasta los alrededores a presenciar el trabajo policial. Pocos días antes del cuarto crimen, la Guardia Civil regresó a la casa de Morata de Tajuña en busca del arma del crimen. Lo hicieron acompañados de perros especializados en rastros de sangre. Husmearon en la casa, la habitación del piso ocupado en el que vivió antes de entregarse y en un descampado que marcó su teléfono móvil tras los asesinatos. Pero no dieron con la barra de hierro y el acusado no recuerda qué hizo con ella. 

Toda esta historia es terriblemente triste. El inicio son los estafadores desalmados que engañaron a las hermanas y el paquistaní confiado que pensó que podría ganar dinero fácil si colaboraba en el pago de los trámites del cobro de la falsa herencia.

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