"30 años del secuestro más largo y cruel de nuestro país"

MAYKA NAVARRO
Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

Va siendo hora de que se empiece a pedir perdón a las víctimas que además de cargar con el sufrimiento impuesto por sus agresores tuvieron que soportar después el daño provocado por una sociedad que no las creyó. Un efecto colateral sobrevenido que no esperaban y que en algunos casos, como el que esta semana dedicamos esta crónica, supuso más dolor incluso que el infligido por sus agresores.

Una víctima cuestionada

Estos días se cumplen 30 años de la liberación de Maria Àngels Feliu, la farmacéutica de Olot. El secuestro de esta mujer sencilla y bondadosa mantiene a día de hoy el triste título de haber sido el más largo y cruel de la historia criminal española. Un encierro de 492 días en un zulo húmedo e insalubre al que sobrevivió gracias a una fortaleza inquebrantable y a una fe a la que se agarró y de la no se ha soltado. Lo más triste es que, 30 años después, Maria Àngels Feliu sigue siendo una víctima cuestionada por una sociedad que desde el primer momento puso en duda su relato de supervivencia.

Estos días pensaba en la historia de la farmacéutica y en la de los supervivientes de los Andes y cuya proeza ha vuelto a ser llevada al cine, esta vez por Juan Antonio Bayona. Los segundos fueron tratados como unos héroes a los que el mundo sigue a día de hoy aplaudiendo un coraje y una valentía que les permitió mantenerse vivos y unidos contra cualquier pronóstico. Un relato épico de superación que demuestra como el ser humano es capaz de todo. Sé que no es comparable. Pero hagamos un pequeño ejercicio. Cambien las bajas temperaturas y la inmensidad de las montañas, por un zulo oscuro y húmedo, encharcado buena parte de los días. Un espacio en el que una mujer de poco más de metro sesenta no se podía enderezar, y que si extendía los brazos rozaba con las puntas de los dedos. Coloquen un colchón, cada día más mugriento, una bombilla y un orinal. Y cuenten. De uno en uno, con sus horas, minutos y segundos, hasta los 492 días que duró aquel cruel e inhumano encierro. Pero lo peor estaba por llegar.

Todo el mundo la daba por muerta. De hecho, hubo un juez que llegó a firmar su defunción ante la imposibilidad de haber aguantado un secuestro en el que los secuestradores hacía demasiado tiempo que ni se preocupaban en contactar con la familia de la mujer para pedir un rescate. Su liberación abrió la puerta al señalamiento, al cuestionamiento. Casi nadie quiso creer que aquel relato de fortaleza sobrehumana fuera real y empezaron a dudar y, lo peor, a fantasear con falsas leyendas que a día de hoy, pese a todo, perduran. “Cuando la leyenda se convierta en realidad, imprima la leyenda”. El periodista Josep Miquel Bolló tira de la cita de la película ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ para contar en pocas palabras todo el dolor que más allá de sus secuestradores buena parte de la sociedad perpetró en Maria Àngels Feliu.

Bolló fue de los pocos periodistas que entrevistó a la farmacéutica tras su liberación. Y con el tiempo fue incapaz de romper el lazo de cariño que se generó entre ambos en aquel momento y que mantienen. Pese a las incontables ocasiones que ha escrito y narrado del caso, treinta años después, todavía es capaz de ofrecer detalles inéditos de esos 492 días de secuestro.

Un silencio inquebrantable

A Bolló y al periodista Carles Porta hay que acudir para recordar estos días a Feliu ante el silencio inquebrantable de la farmacéutica, que este año cumplirá 66 años y que se resiste a dejar de ponerse tras el mostrador de su farmacia en Olot. En el 2021, Carles Porta publicó ‘La farmacéutica, 492 días secuestrada’. Un libro para el que se adentró en una investigación de la que salió un nuevo relato del secuestro que no contó con la ayuda de la mujer, pero que colocó a la víctima en el lugar que siempre debió estar, en el centro de la historia. “Maria Àngels fue una víctima criminalizada, culpabilizada y estigmatizada desde el primer momento”, asegura Porta. Y así fue. Cuando Bolló se refiere a la película de Liberty Valance es precisamente porque durante todos estos años, salvo honrosas excepciones, a casi nadie le ha interesado lo que ocurrió en realidad.

El público, en general, quedó tan fascinado y atrapado por la fuerza de la historia y por las leyendas que se generaron alrededor de aquel secuestro, que la víctima pasó a un tercer plano. Con motivo de estas tres décadas, el periodista Ricard Ustrell entrevistó en su programa de TV3 ‘Col.lapse’ a Sebastià Comas, conocido como Iñaki, y encargado de la custodia durante el cautiverio. Como las últimas veces que abrió la boca, con Tura Soler en el diario El Punt o Carla Turró en el diario Ara, Sebastià Comas volvió a colocarse a la altura de Feliu, presentándose como el menos malo de todos los secuestradores. Solo le faltó decir que deberían darle las gracias porque se desvivió para que aquella mujer convertida en un fantasma con el paso de los días, semanas y meses no muriera en ese pozo insalubre, húmedo y con bichos. La liberó el 27 de marzo de 1994 y pasó en prisión 8 de los 17 años a los que fue condenado.

Una gran chapuza

Sebastià Comas no tardó en tener conciencia de que aquel secuestro era una gran chapuza, que sus compinches eran incapaces de cobrar el rescate y que se planteaban dejarla morir en aquel agujero. De hecho, la comida era cada vez más escasa. Hasta el punto de que Maria Àngels llegó varias veces a suplicar al vigilante por comida. En una ocasión, la mujer trató de guardar un bocadillo de paté para comerlo en varios días. Cuando quiso darse cuenta las hormigas lo cubrían completamente. Había tantos bichos que prefería pasar casi todo el tiempo a os curas, desenroscando la bombilla, para no ver.Sebastià Comes se decidió a liberarla.

Tras un intento fallido, finalmente lo logró coincidiendo con el Mercat del Ram. Sacó a Maria Àngels del zulo, la subió a su furgoneta y tras conducir unos primeros kilómetros sin saber muy bien dónde dejarla, recordó que a las afueras de Lliçà de Vall (Barcelona) había una nave junto a un bingo y que al final de una cuesta de la carretera, había una gasolinera que siempre estaba abierta. El secuestrador la hizo bajar del coche. Ella apenas se tenía en pie. Estaba completamente corvada por la falta de musculatura, la pérdida de peso y el hecho de haber permanecido tanto tiempo sin poder ponerse erguida, ni caminar. El hombre le entregó dos monedas de cien pesetas y le advirtió: “Ahora cuenta 2.000 y solo cuando termines te pones a caminar en dirección a la gasolinera. Cuando llegues llama por teléfono a tu familia”.

30 años cuestionada

Es difícil ponerse en la piel de la mujer en ese instante. Estaba viva, libre y las luces de la furgoneta de su secuestrador se perdían en la noche. No salió corriendo. Ni alzó la voz. Hizo lo que le ordenó. “Maria Àngels contó hasta 2.000. No se dejó ni un solo número. Y solo entonces empezó a caminar. Era noche de luna llena y se tuvo que detener varias veces en el camino porque le fallaban las fuerzas”, explica Bolló. Llegó a la gasolinera y lo primero que vio fue una máquina de Coca-Cola. Ni se lo pensó. Introdujo una moneda. ¿Qué imaginan que pasó? “La máquina se tragó las cien pesetas y no salió la Coca-Cola”, explica Bolló, compartiendo la sensación generalizada de pesar y desazón.

Es inexplicable descifrar cómo debió sentirse aquella mujer en ese momento. Maria Àngels había pasado 492 días secuestrada, creyendo en cada instante que sería el último y que la matarían. Luchando día a día por llegar al siguiente. Había pasado hambre, sed, frío, calor, asco cuando las hormigas le cubrieron el trozo de pan que se había guardado, y en ese primer gesto de libertad, la máquina le había dejado sin moneda y sin Coca- Cola. Podría haberse rendido. Pero no lo hizo antes, ni lo haría en ese instante. La mujer golpeó la máquina, llamando la atención del trabajador que se acercó a preguntar qué le pasaba a aquella mujer con pinta de pordiosera.

“Soy Maria Àngels Feliu, la farmacéutica secuestrada”, dijo. El hombre sabía de la historia, pero no se la acababa de creer porque había leído que estaba muerta. Le pidió como prueba de veracidad que le recordara su DNI. Telefoneó a la Guardia Civil que le confirmó la identidad. Como hizo el trabajador de la gasolinera en ese primer instante, a partir de ese momento todo lo que contó Feliu fue puesto en duda. Se cuestionó la limpieza, dignidad y entereza con la que apareció ante los medios de comunicación. No gustó que sonriera. No se entendió su serenidad y generó dudas aquel primer beso fugaz a su marido delante de las cámaras.

Estos días, como todos los que coinciden con alguna fecha relacionada con el secuestro, la farmacéutica intentará pasar desapercibida y evitará pasar por el establecimiento. Desde hace 30 años, dos de cada cinco personas que entran lo hacen para fisgonear. Aquellos días en aquel agujero mal oliente en el que la menstruación se le cortó al segundo mes, y del que salió con la espalda podrida por la humedad sufrió muchísimo sin imaginar que un daño peor vendría después. Maria Àngels Feliu tardó en entender por qué la gente no se fiaba de ella. No comprendía que no la creyeran. Carles Porta lo resumió bien cuando escribió su libro. “Maria Àngels Feliu es la resiliencia de una mujer frente a la imbecilidad general”. Por ella.

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