"Jamás he escuchado a mi madre lloriquear por teléfono rogándome que la ayudara a luchar contra la soledad. Ni cuando murió mi padre"

20 de junio de 2014, 09:05

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Llevaba días sin hablar con ella. Telefoneé a su casa por la mañana y no la encontré. “Estará paseando a la Nina”, pensé.

Dos horas después me llamó mi cuñado Eduardo: “Jorge, no te asustes pero tu madre, mientras paseaba a la Nina, se ha enrollado las piernas con la correa y se ha caído. Se ha roto el cúbito y la operan de urgencia”. Hablé con ella antes de la operación y estaba muy tranquila. Sólo mostraba preocupación por el cambio que podría introducir en nuestras vidas que necesitara ayuda para hacer algo tan elemental como vestirse, por ejemplo. Estoy muy orgulloso de mi madre, siempre lo digo. A mi alrededor tengo varios ejemplos de madres que castigan a sus hijos, los maltratan psicológicamente, les reprochan continuamente que no estén más por ellas. Ser madre no implica ser bondadosa, ni mucho menos. Hay madres que son muy brujas, muy arpías, madres ávidas de atención que les importa muy poco la vida de sus hijos porque sólo están preocupadas por la suya. La mía no es así. Llevo cerca de veinte años fuera de casa y jamás la he escuchado lloriquear por teléfono rogándome que la ayudara a luchar contra la soledad. Ni cuando murió mi padre. No me gustan las madres débiles, me producen rechazo. Quizás por eso me encuentre tan unido a la mía. Porque es muy independiente. La llamo para ver cómo está y acabamos riéndonos con lo que me cuenta: “Ni el sostén me puedo poner, me tiene que ayudar tu hermana Ana. Ahora, también te digo una cosa: lo otro no me lo ve. Hasta ahí podíamos llegar, nene”.

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Jorge Javier Vázquez
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