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Qué ilusión me hizo ver a Nina en el ‘Deluxe’. Nunca había coincidido con ella en persona y me extrañó que aceptara la propuesta del programa aunque solo fuera para hablar de Eurovisión. “Pero ¿cómo te han engañado?”, le preguntaba yo. Admiro a Nina desde hace muchos años, antes de que saliera incluso en ‘Operación Triunfo’. Le recordé haberla visto en una función preciosa de los Dagoll Dagom basada en cuentos de Dorothy Parker que se llamaba ‘T’odio, amor meu’. Era el año 1995 y yo estaba a punto de trasladarme a Madrid. Luego ya la adoré para siempre en ‘Operación Triunfo’. Cada intervención suya era una ‘masterclass’. Una lección magistral sobre lo que significa ser artista, el compromiso con uno mismo y con los demás que ello supone. El respeto que se debe profesar a todo lo que rodea el mundo artístico, pero, fundamentalmente, el respeto que uno mismo debe tenerse cuando entra en un mundo tan lleno de tentaciones. Se deshizo en elogios hacia la actuación de Chanel, lo cual me reafirma en la idea de que cuando una persona tiene talento no tiene ningún reparo en verlo y alabarlo cuando lo encuentra en los demás. Siempre que se dice que una carrera artística se construye más a base de noes que de síes. Con la popularidad conseguida en sus intervenciones televisivas seguro que a Nina le llovieron suculentas ofertas de lo más variopintas. Y estoy convencido de que dijo que no a casi todas. Quizás ese fuera uno de los motivos por los que la vi tan relajada y tan feliz.