Estoy heredando de mi padre los rasgos que menos me gustaban

Primero físicamente. Somos dos gotas de agua. Y en cuanto al carácter, estoy heredando de él los rasgos que menos me gustaban. El más visible: los prontos.

De tanto en tanto me cojo unos cabreos de campeonato. Es como si tuviera una escalera delante y, por mucho que me digan “para, para”, hasta que no la completo no soy capaz de quedarme callado. Por mucho que me esté dando cuenta de que se me está yendo la olla a Camboya. Soy intransigente con la intransigencia. No tolero a los que apoyan ideologías que desean recortar libertades. Es más: no creo que se les deba dar ni voz. 

Como mi padre, he pasado muchos años sintiendo temor por el futuro. Cuántos años perdió imaginando lo que haría en su jubilación cuando un tumor se lo llevó por delante antes de cumplir los 60. Ahora me gustaría tenerlo conmigo. Durante estos casi 30 años que estoy sin él le habría enseñado a disfrutar de la vida sin complicaciones. 

Hubiéramos hecho un montón de viajes con mi madre y también habríamos discutido un montón de veces, claro que sí. Pero no ha podido ser, y aquí estoy escribiendo sobre él después de que hayamos celebrado el Día del Padre. Creo que es él quien me ha dictado estas líneas. Y se estará riendo pensando que me he dado cuenta de que con los años soy un fiel retrato suyo.