"Después de dos semanas, nos despedimos de amaneceres mágicos, de atardeceres de ensueño, de paisajes de película y de gentes muy cariñosas"

24 de marzo de 2016, 09:37

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Después de dos semanas dándole al tacón en la Polinesia Francesa volvemos a España. Decimos adiós a un lugar que me ha impactado. Tan lejos de nuestra realidad, tanto física como emocionalmente. Ceno con Jesús antes de iniciar el largo camino de regreso a casa y nos reímos rememorando  nuestras aventuras. Calleja brinda por la amistad recién iniciada y por una larga vida. Nos despedimos de amaneceres mágicos, de atardeceres de ensueño, de paisajes de película y de gentes muy cariñosas. Me gustó conocer una pequeña parte de la historia de Celine, una de las guías que nos acompañó en una parte de nuestra ruta. En un momento en el que nos quedamos solos me contó, yo creo que con cierta nostalgia, su paso por España: “Fue hace más de veinte años. Yo formaba parte de un grupo de baile tahitiano y nos presentamos un mes entero en un teatro de Madrid. ¡Qué bien me lo pasé! Bailábamos con los pechos al aire y después de cada actuación salíamos a los bares a beber hasta las cuatro de la mañana. ¡Nos levantábamos enfermas, claro! ¡Y encima nos obligaban a hacer footing para mantener las formas! Mi cuerpo entonces no era el de ahora, como puedes suponer. Era delgada, joven y guapa. Fue maravilloso”. El Madrid de hace más de veinte años también era especial para mí. Creo que ahora menos, aunque sigue siendo una de mis ciudades favoritas. Discuto con P. por este motivo. Él dice que le encanta que todas las ciudades se parezcan. Yo sostengo lo contrario. Paseas por determinados lugares de Madrid y parece que estés en Munich. O en Amsterdam.  Y no me gusta. Quizás por eso me atrae tanto Lisboa, porque parece que sigue resistiéndose –no sé por cuánto tiempo- a que las multinacionales patrocinen sus calles.


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