Hace una semana dije adiós a la última edición de Supervivientes. Ya he explicado que para mí ha sido una de las más vibrantes que he presentado. La mayoría de los concursantes han respondido a las expectativas y estoy feliz con que el ganador haya sido Jorge. Es beneficioso para el formato por varias razones: porque se premia el espíritu de superación, porque demuestra que no hace falta ser famoso para alzarse con el premio y, sobre todo, porque echa por tierra la teoría de que gana cualquier concursante al que apoye Sálvame. Me emociona reencontrarme con Mila. La he echado mucho de menos. Al final del programa pasamos un rato juntos en una salita de Mediaset y me promete que vendrá al estreno de mi función en Barcelona. Me encantaría, claro, pero también entendería que no lo hiciera. Después de tres meses fuera de casa supongo que lo que mas le apetece es dormir en su cama y ducharse en su baño. A propósito de este asunto me cuenta una anécdota: “Cuando salimos del concurso, la primera vez que me duché en el hotel intentaba secarme con las manos. ¡Había olvidado lo que significaba disponer de una toalla!”