Los momentos más divertidos del viaje de Kate por Australia y Nueva Zelanda

Nada más llegar a Nueva Zelanda, pudimos ver a Kate saludar al estilo maorí. La duquesa de Cambridge juntó su nariz y frente a la de los líderes que la esperaban a la manera tradicional indígena. 

Kate se atrevió con una carrera de regatas en la que ganó a su marido, el príncipe Guillermo. Puede que los deportes de agua sean lo suyo y que dentro de poco la veamos en Mallorca compitiendo contra el príncipe Felipe.

Aunque la navegación se le dio fenomenal, el críquet le costó algo más. Kate, eso sí, nos dejó unas imágenes para el recuerdo vestida de rojo, con tacones  y empuñando el bate característico del deporte. Nunca hubo una jugadora más chic.

También saboreó uno de los vinos obtenidos en uno de los viñedos de Nueva Zelanda más populares, Amisfield; echando   así por tierra todos los rumores sobre un posible embarazo.

En una lancha, y acompañada por Guillermo, Kate se lo pasó en grande recorriendo los rápidos del río Shotover, cerca de Queenstown (Nueva Zelanda).

En su visita a la tradicional feria rural celebrada por Pascua en Sídney, Kate no pudo evitar acercarse a acariciar a una cabra.

Como si fuera una vigilante de la playa, Kate corrió (o hizo lo que pudo con sus cuñas) por la arena de Manly (Sídney).

Demostró que es una duquesa de acción montándose en un avión militar; a pesar de que su vestido de tubo y sus tacones le complicaron la tarea.

En el zoo de Taronga, Kate disfrutó tanto como George. Le dio de comer a los animales, acarició a un koala y lo pasó en grande rodeada de la fauna australiana.

Algo que pensamos que jamás veríamos: una duquesa DJ. Kate se puso a los platos y llegó a ejercer como pinchadiscos, aprendiendo hasta a hacer "scratching".

Se entregó a las labores de jardinería en Camberra, plantando un árbol junto con Guillermo. Ahora sólo le falta consagrarse como escritora para haber completado el dicho de "tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro".