La historia es demasiado injusta con algunos genios. Mientras nos encargamos de ensalzar las cualidades de estrellas que, posiblemente, habrán desaparecido en cuestión de pocos años, relegamos al olvido a artistas que consiguieron hacernos temblar y emocionarnos hasta unos niveles indescriptibles. Y lo hacemos sin ningún pudor y con la legitimidad que nos otorgan las redes sociales, púlpitos desde los que podemos pontificar como si a alguien le interesara lo que podamos decir. Aunque ahora ya no nos acordemos, durante una época, todos fuimos Prince. Aquel hombrecito menudo y extremadamente delgado consiguió conquistar el mundo a ritmo de funk, mezclado con rock, pop, soul y grandes cantidades de provocación. Prince era el sinónimo del sexo, pero también del virtuosismo, de la innovación y de la genialidad concentrada. Su derroche de talento parecía no tener fin, pero el problema es que lo tuvo. Y de qué manera.

 

Infancia marginada

 

El interés por la música le llegó por parte de su padre -de hecho, fue bautizado como Prince Roger Nelson en honor al grupo de jazz Prince Rogers Trio-, un músico vocacional que tuvo que dejar su pasión para mantener a sus siete hijos. Tuvo una infancia complicada, marcada por los escasos recursos de que disponía su familia -cuenta que, en ocasiones, se acercaba a un McDonalds tan solo para oler las hamburguesas- y por las burlas a las que se le sometía en el colegio, por culpa de su poca estatura y su vestuario más que llamativo. Sus futuras señas de identidad -¿dónde estarán aquellos compañeros que se reían?-. Tal vez esta lucha contra las injusticias fue la que le llevó hacia la música. Aprendió a tocar el piano gracias a su padre y con siete años compuso su primera canción, 'Funk Machine', toda una declaración de intenciones de lo que vino después. Pero el éxito tardó en llegarle. Prince trabajó incansablemente, compuso a ritmo frenético, fundó diversos grupos en un intento de encontrar su propio sonido, hasta que publicó 'For You', su primer disco, en el que tocó todos y cada uno de los instrumentos -27, ni más ni menos-. El virtuosismo había llegado para quedarse.

 

Él contra el mundo

 

Prince se especializó en sexo. Sus canciones cantaban a la masturbación, al sadomasoquismo, a la lascivia y al placer descontrolado. Ingredientes más que necesarios para entender sus espectaculares shows durante la década de los ochenta -sus movimientos excesivos durante esos años terminaron pasándole factura y lesionando una de sus caderas-. Sus letras llegaron a ofender tanto a la sociedad americana que las esposas de varios senadores de Estados Unidos crearon el 'Parents Music Resource Center', un organismo destinado a elaborar listas de canciones que deberían ser censuradas, entre ellas, 'Darling Nikki' de Prince, ya que se refería expresamente a una masturbación. Pero eso no hizo más que reafirmar el poder infinito de Prince. Un poder que acabaría destruyéndole como estrella.

 

 

A principios de los 90, Prince, consciente de su popularidad y de los millones que hacía ganar a su discográfica, decidió echarle un pulso a los responsables de Warner para que acataran todas sus exigencias. Pero no salió bien. Tanto uno como los otros no quisieron perder terreno y levantaron el hacha de guerra. Warner obligó al cantante a cumplir su contrato, mientras Prince optó por dar conciertos con la palabra “esclavo” escrita en la cara, en alusión a la merma de libertad a que estaba sometido por culpa de la 'cadenas opresoras' de la discográfica. Finalmente, Warner accedió -harta, suponemos, de la imagen que estaba dando- y decidió darle vía libre. Ese fue el día de la muerte de Prince. El cantante resurgía como 'El Símbolo', aquel diseño impronunciable, mezcla de masculino y femenino, que terminó bautizándole como 'El artista anteriormente conocido como Prince'. Un intento de reafirmación personal, de crear una imagen de marca -en un concierto, el cantante le preguntó al público cómo se llamaba y se respondió a sí mismo: “Quizá no necesite un nombre. Si estáis conmigo, no necesitáis llamarme”-, que en lugar de darle las alas necesarias, supuso el principio del fin.

 

Y resurgió como el ave féniz

 

El cantante renunció a todo lo que fue. La muerte de su madre y su hijo Boy Gregory a los pocos días de nacer por culpa de una malformación le llevaron hacia el camino de la religión -en un grupo de estudios bíblicos conoció a su segunda mujer, Manuela Testolini, con la que estuvo casado cinco años-. Se hizo Testigo de Jehová, renunció a cantar todas sus canciones que tuvieran referencias sexuales y se obsesionó con controlar su imagen hasta tal punto que contrató a una compañía inglesa para que obligara a todo tipo de servidores o webs a que retiraran sus vídeos. “La diferencia entre el Prince del pasado y el de ahora es que antes sólo tenía ganas de clavar su cara entre tus piernas tan pronto como te conocía y que ahora prefiere casarse primero”, declaraba una fan del cantante. Pero aunque nunca consiguió volver a las cotas de popularidad de sus inicios, Prince no ha dejado de trabajar.

 

Cual ave fénix -aunque sin tanto fuego interno-, el cantante planea volver a renacer a finales de septiembre. Será entonces cuando publique no uno, sino dos discos. 'Art Official Age' será el primer disco en solitario del artista en cuatro años, pero además, coincidirá en el tiempo con 'Plectrumelectrum', el álbum que ha preparado con la banda femenina 3rdeyegirl. Y como paradoja del destino, lo hará en Warner, la discográfica que tantos quebraderos de cabeza le costó en el pasado. ¿Implica que Prince ya ha olvidado toda su vida anterior? Posiblemente. Ahora, más que 'El Símbolo' es la sombra de lo que fue. Pero a sus 56 años, el príncipe de Minneapolis todavía promete dar mucho de que hablar. Y nosotros, la verdad, tenemos ganarse de verlo.