En 1968, Juan Carlos I era un gallardo caballero que no fallaba un día a su sesión en el gimnasio. Antes de que estos se convirtieran en la mecas preferidas por los que rinden culto al cuerpo, el entonces príncipe de España acudía de manera religiosa a su centro deportivo de confianza con la finalidad de practicar algunos ejercicios que, con el paso del tiempo, sorprenden. Y es que pocos sabrán que el marido de la reina Sofía es (o al menos era) un experimentado karateka.
Con la equipación correspondiente, pantalón y parte de arriba blanca holgados, Juan Carlos practicaba y practicaba como si fuera el personaje de una película de artes marciales. Daba cera y pulía cera para lograr perfeccionar su técnica y posaba ante las cámaras de los periodistas de Lecturas rompiendo un trozo de madera de un golpe seco ¡Ahí es nada! Gesto serio, mano extendida y, si no fuera por nariz borbona, uno podría jurar que esta ante la versión rubia de Bruce Lee.
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“Su magisterio en el kárate era tal que lucía el cinturón negro, la distinción máxima en esta técnica oriental”, se podía leer en el reportaje de Lecturas que acompañaba las sorprendentes fotos de Juan Carlos. De todos los deportes que practicaba en ese gimnasio ubicado en la Calle Hortaleza, esta arte marcial era su favorita pues “aúna la fuerza con la inteligencia”. Como bien indicaba, no era la única práctica que realizaba. Hockey, salto al potro, levantamiento de pesas, ejercicios gimnásticos suecos, rutinas de barra fija o anillas… así pasaba, diariamente, dos horas que, para él, eran sagradas.
Juan Carlos karateka y regatista
El kárate le privaba, sí, pero su corazón era para las regatas, estas carreras marítimas que le hacen regresar a España. Su excusa para volver. A sus 85 años ha estado participando en Sanxenxo, cuando no hacía ni tres meses que lo había hecho.
Con un aspecto muy cambiado, el emérito ha estado en casa de su amigo Pedro Campos, pasando estos días en los que estas carreras han coincidido con las de Mallorca, donde participa su hijo Felipe. Aprender a manejar esta clase de embarcaciones es marca de la casa. Juan Carlos lo aprendió de su padre, Juan de Borbón, marino de corazón (y de apariencia, pues llevaba el cuerpo tatuado) y él le enseñó a su hijo. El deporte como tradición.