Rappel regresa al foco mediático para celebrar por todo lo alto su 80 cumpleaños. El modisto, que acabó siendo el vidente más popular de España, publica sus memorias y nos recibe en su estudio de Madrid para hablarnos de su fascinante vida. Rodeado de los recuerdos más especiales de su trayectoria, nos cuenta que quiere dedicar este libro lleno de historia a su gran amor, su pareja desde hace casi 40 años, José María.
¿Quién crees que se va a sorprender más con todo lo que cuentas en este libro?
-Les va a sorprender a la mayoría todo lo que recuerdo de nuestros momentos juntos, pero para bien, porque es todo bueno y está lleno de agradecimiento. De las fiestas de Lola Flores tengo momentos inolvidables, la Nochevieja en casa de Lola era divertidísima. Era una mujer increíble. Le echaba las cartas a ella y a su madre. Y también a la madre de Rocío Jurado.
Siempre has estado cerca de las más famosas, pero la discreción ha sido tu gran valor siempre.
-Claro, yo cuento cosas bonitas, anécdotas divertidas. Siempre he sido muy discreto también con mi vida personal.
Hasta ahora, que has decidido dedicar este libro a tu marido, Jose María.
-Sí, creo que ha llegado el momento. Soy veinte años mayor, por ley de vida me voy a ir antes y así pido que sea. Llevamos treinta y nueve años juntos, quien me conoce sabe que es mi pareja, pero no está presentado oficialmente, ha sido mi secretario, mi administrador, mi persona de confianza, pero es mi pareja y este libro es también un homenaje a él. Él ha estado a mi lado siempre, en los buenos momentos y en los malos.
Tienes muy buena relación con toda tu exmujer y tus hijos.
-Sí, sigo teniendo una relación fantástica con mis hijos y con su madre, todos se conocen y se respetan, convivimos en las celebraciones, en libertad, armonía y respeto. Soy bisexual, nunca lo he dicho públicamente, pero tampoco lo he ocultado. Ahora que la gente, el gran público, lo sepa y que sepa que soy un hombre muy feliz. Hace cinco años nos casamos y ahora por nuestro cuarenta aniversario se publica el libro.
Pernía
No viviste una época de libertad.
-Ahora se va reconociendo un poco, pero antes estaba todo oculto, decirlo complicaba tu vida más que facilitarla. Ahora, gracias a Dios, está todo mucho más normalizado, se puede explicar abiertamente la relación que tengo con mi pareja. Explicar a la gente que soy feliz y no hago daño a nadie. Él era una persona soltera y yo estaba con mi mujer, habíamos tenido cuatro hijos, pero ya solo había entre nosotros cariño, el amor se acabó.
Disfrutas del cariño de mucha gente.
Sí, en mi casa dicen que me gusta ejercer de famoso y acaban hartos de ir conmigo a los sitios porque tienen que pararse mucho. Siempre respondo bien cuando me paran por la calle, me gusta contribuir a todo ese cariño que me tienen y devolvérselo con algún mensajito, una foto o un detalle.
Pernía
¿Cómo llegas a los 80?
-Feliz y con una salud de hierro. El año pasado me operaron de cataratas, la primera vez que me operan de algo, estaba muerto de miedo, pero todo fue muy bien y no me enteré de nada. Tengo una salud a prueba de bomba, a pesar de tener antecedentes en la familia de corazón. Si tuviera que elegir, prefiero la muerte de mi padre, que fue de un infarto, que la de mi madre, que fue de alzhéimer, mucho más duro y completamente diferente. Me gustaría que fuera rápida pero también tener un pequeño tiempo para despedirme de la gente.
¿No te vas a jubilar?
-Soy incapaz, no puedo estar de vacaciones y pensar que falto a la gente que me llama. Me llama gente que realmente necesita ayuda, con mucha angustia, gente que me dice que solo con estar sentados un rato hablando conmigo ya están mejor. Si Dios me ha dado este don, esa gracia que me ha permitido educar a mis hijos cobrando mil pesetas, quiero ser agradecido y ayudar.
Todo arranca en la sombrerería de tu abuelo.
-Sí, mi abuelo tenía su casa de sombreros montada en Valladolid, era íntimo amigo de Balenciaga. Le hacía los sombreros a Cristóbal cuando él se instaló en San Sebastián y siguió haciéndolos cuando se marchó a París. Cuando venía a Madrid, cada quince días, comía siempre en nuestra casa, le encantaba la pasta que hacía mi madre. Con quince años, seguí estudiando en el Instituto Francés pero quería ser modisto, mi idea era trabajar en París y Balenciaga me propuso aprender desde cero en su taller de Madrid. Me presentaba como su ahijado y me llamaba “Rafita”. Ahí conocí a Ava Gardner, que vino a probarse. La primera mujer a la que vi en tanga, entonces no existían los tangas, las señoras llevaban combinación. Tenía un cuerpazo maravilloso, nos guiñábamos el ojo Balenciaga y yo mientras le cogíamos los alfileres. Ahí fue donde conocí también a Givenchy, que dibujaba los bocetos de los trajes.
Luego llegaste al prêt-à- porter.
-En 1970, cuando Balenciaga desmontó la casa de Madrid y se retiró a la costa, yo monté el taller allí con parte de su equipo. Me casé con mi mujer, me fui a vivir con ella y eltaller siguió creciendo y creciendo, venía todo Madrid. Tenía la oportunidad de innovar en la manera de vestir de las señoras de la alta sociedad, gracias a la confianza que ponían en mí. La duquesa de Alba vino a pedirme un traje raro, que se adivinara que era mío. Le hice un traje amarillo completo con flecos en desnivel que le encantó. No se me olvida su reacción cuando vino a probarse. Nada más verse empezó a saltar como loca llena de alegría diciendo: “Me encanta, qué mona estoy, si parezco una chavala, lo que voy a bailar y ligar”. Le encantaba ser protagonista y era muy divertida, la recuerdo con muchísimo cariño. Decía: “Yo soy una mujer rara”, y estaba orgullosa de serlo. Era diferente, un ser especial.
Y la moda se fue entrelazando con el don de leer las cartas.
-Aprendí siendo un niño. En la puerta de mi colegio había una pipera gitana que echaba las cartas. La chica que me llevaba al colegio iba a ella después de dejarme allí y me dijo que le adivinaba el futuro, a mí eso me llamó mucho la atención. Un día me escapé a verla con un billete de una peseta que cogí de mis ahorros. Le pedí que me lo hiciera y no quiso porque era un niño, pero al sacar las pesetas que llevaba la convencí. Doce o trece años tenía, no se me olvidará nunca. Aquello me atrajo mucho, le propuse seguir yendo en secreto para aprender a hacerlo yo y aceptó enseñarme. Ahí se fue abriendo mi mente, empecé a echar las cartas a las muchachas de casa y a practicar.
Cedida por Rappel
¿A escondidas de tu madre?
-Sí, pero la voz se fue corriendo y al final mi madre se acabó enterando. Se enfadó y tuvimos que dejar de hacerlo pero a mí me seguía atrayendo ese mundo y un día en el taller una clienta me habló de Martínez Pardo [pintor y vidente] como el mejor de Madrid y me dio su teléfono. Yo tenía solo trece años así que le llamé pidiendo hora para mi madre y me presenté yo. Nada más verme me dijo que no podía recibirme hasta que no fuera más mayor pero le comenté que sabía echar las cartas y que veía espíritus, porque ya me había pasado alguna vez. Le eché las cartas yo a él y al terminar me dijo: “Niño, vas a ser el vidente más famoso del mundo”. Me dijo que tenía un don y que quería ayudarme a desarrollarlo y me invitó a las reuniones semanales que hacía con otros compañeros de profesión. Allí coincidí con Lucía Bosé, que era clienta suya y mía del taller.
¿Llegó tu madre a superar el disgusto de verte convertido en el gran vidente de España?
-Nunca estuvo de acuerdo con ello. Era una profesión mal vista y lo veía como una vergüenza pero yo no, a mí eso nunca me importó porque lo que pagaba el colegio de mis hijos eran las cartas. Llegó un momento en el que tenía que decidir entre una cosa u otra, la alta costura estaba desapareciendo y sólo daba pérdidas, así que decidí dejar la moda y dedicarme solamente a las cartas. Hermida me llevó a televisión y aquello fue un boom. Llegué a dar hora con tres años de antelación