Sábado, diez y veinte de la mañana y ya estoy maquillado y peinado. A las once tenemos un pase de la función con público. El primero que hacemos con gente en el teatro. Mi compañero Carlos Pinto acaba de comunicarnos el primer aviso: media hora para que se abran las puertas al público. Detrás de mí tengo a Alberto peinando una peluca y a Pedro trasteando con el vestuario. Todo muy normal, vamos. Acabo de recibir un mensaje de mi amigo Antonio: “Mucha mierda, Jorge”. Qué sentimientos tan encontrados antes de hacer por primera vez la función: tienes tantas ganas como respeto. En la zona de camerinos se respira cierta calma tensa.

Hemos trabajado duro para llegar hasta aquí, los últimos días han sido de una intensidad demoledora, está todo preparado para que salga bien pero ¿me traicionarán los nervios?, ¿estará bien la voz? Mi compañera Beatriz me dice que antes de un estreno siempre piensa que por qué se ha dedicado a esta profesión, con lo mal que lo pasa. Y una vez que estrena tiene muy claro por qué lo hace: porque es lo que le gusta. Queda solo media hora y tengo que empezar a vestirme porque a partir de este momento el tiempo pasa volando. Los nervios me han provocado sarpullidos en el cuello, pecho y brazo derecho. Pese a todo, sé por qué me dedico a esto: porque me hace muy feliz.