"Hemos venido a la isla de las tentaciones para reforzar nuestra pareja" es el nuevo "le doy un punto porqué sé que no va a salir nominado". La declaración de intenciones de la mayoría de los concursantes, repetida hasta la saciedad durante toda la noche, me pareció poco creíble y bastante ridícula, aunque a decir verdad, no sé que me resultó más patético: si la justificación reiterada de los protagonistas por participar en el concurso, o los ataques innecesarios e infantiles que se dedicaron novias y tentadoras en un intento desesperado por acaparar protagonismo.
Los insultos, poco creativos y nada ingeniosos, desprendían el clásico tufillo que evoca al machismo más profundo al que ciertos perfiles nos tienen ya acostumbrados: personalidades y roles que forman parte de ese característico universo al que todos hemos pertenecido alguna vez. Si hacemos un ejercicio de sinceridad y autocrítica, llegaremos a la conclusión de que todos hemos sido machistas y demasiado superficiales en algún momento de nuestra vida, y justo ahí está el encanto de este programa: los concursantes y las situaciones que generan sirven de espejo para ver lo que fuimos, y rechazar lo que no queremos volver a ser ni queremos volver a vivir.
No sé si sobrevivirá alguna pareja, pero es evidente que la mayoría de estos nuevos concursantes vienen dispuestos a sacrificar sus relaciones si a cambio obtienen minutos de foco y consiguen la atención esperada. Un protagonismo mal entendido que, en el mejor de los casos, preferirán no haber tenido. Lo que sí tengo claro es que nosotros vamos a disfrutar de lo lindo ante el esperado vaivén semanal de besos y caricias, sin olvidarnos de las lágrimas y los reproches.
La isla de las tentaciones nos trae nuevos anónimos a nuestras pantallas, y eso, en un panorama en el que abundan los personajes demasiado trillados y escarmentados, es de agradecer. ¡Qué empiece el espectáculo!
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