Mi segunda entrevista a Kiko Rivera, tras quedarse huérfano en vida, me ha reventado las entrañas. Pasado el shock de sus primeras confesiones en las que vomitó sentimiento y rabia a partes iguales, ahora su vida se tiñe de un inmenso dolor negro. Es claustrofóbico, no puede salir de ese sentimiento, ni descansar. La portada de esta semana refleja el sufrimiento en el que pena Kiko. Necesito que se sienta protegido. El tormento que vive es indescriptible, me miro en sus ojos y me sumerjo en su mar de culpa. Quiere recuperar el patrimonio que le dejó su padre, pero es incapaz de demandar a su madre porque no podría soportar la idea de volver a verla en la cárcel. Quiere a su progenitora pero no puede enfrentarse a su desprecio. Esa es su prisión. Los 3 millones de euros en los que cifra el legado perdido que 'Paquirri' quiso para Kiko, ahogan en ira su amor de hijo. Ser padre le despertó del letargo, dejar las drogas le hizo asumir que algo no iba bien.
Ver a Kiko atravesar solo su aciago desierto emocional –seco de amor de madre– me conmueve en lo más hondo. Tiene una sed terrible de besos maternales. Su infierno empieza cuando se da cuenta de que ha vivido engañado toda su vida, pensando que su adorada mamá era lo que no es. Ahora Kiko se lame las heridas y se refugia en Irene y sus hijos. Su norte. Su amor. Ella es la mujer que, con su denodada entrega a sus niños, le ha hecho ver cómo debería ser una madre. ¡Kiko, puedo ser tu refugio si quieres descansar en mí tu desconsuelo, siempre que lo necesites!
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