El lunes pasado se estrenó un programa del que ya habíamos oído hablar la anterior temporada. Hablo de ‘Dietas a examen’. Sabía que el cocinero Alberto Chicote se había convertido en la propia cobaya del programa y que había perdido un número considerable de kilos. El lunes se nos presentó a la audiencia el resultado, y llevo toda una semana digiriéndolo. Se me ha terminado haciendo bola.
Vi unas cuantas cosas que no me gustaron del espacio, que animaba a evitar el sedentarismo y a comer de forma equilibrada. Me escamó que se simplificara el sobrepeso de los participantes, limitándolo todo a un “tú estás gordo porque comes”. En la mayoría de las ocasiones, se esconde algo detrás de esa supuesta debilidad por la comida. Muchas veces es ansiedad, y los asaltos a la nevera se convierten en la manera de paliarlos, como el niño que chupa con desesperación su pulgar de manera compulsiva. Chicote y su equipo se limitaban a echarle la culpa a las palmeras o los cruasanes que comían los participantes, pero no se estudiaba nada más. Quizás, esa melliza que se levantaba de manera frenética a la nevera a picotear cualquier cosa haya cogido peso no solo porque come, sino porque está angustiada. Quizás, antes de ponerle la dieta de los días alternos, hubiera sido mejor indagar en aquello que le provoca ansiedad y enseñarle que la comida no es una vía de escape, es una manera de recargar energía y con la que disfrutar.
Otra cosa que me disgustó fue el uso de la expresión “estoy a dieta” que hacía Chicote de manera indiscriminada. Llamadme quisquillosa de los conceptos, pero el cocinero no “estaba a dieta”, estaba aprendiendo a comer. De eso iba todo el programa. De enseñar a nutrirse a un chef. De respetar unos horarios, unas cantidades y la santa regla del plato: dos tercios deben estar dedicados a los vegetales, un tercio a los hidratos y uno último a las proteínas. Y otra cosa del lenguaje que me puso los pelos de punta fue lo que dijo la doctora de la Fundación Jiménez Díaz que tenía al de ‘Pesadilla en la cocina’ en seguimiento. La oí decir: “(…) hace que las chicas tengan anorexia”. El problema en todo esto radica en presuponer que las mujeres son las únicas a las que afectan los trastornos alimenticios, mientras que los hombres pasan de puntillas por enfermedades como la bulimia o la ya citada anorexia. Eso, dejadme deciros, es MENTIRA. Una mentira como la que dice que los hombres no lloran, o que nosotras somos más coquetas. Arquetipos rancios que no ayudan cuando estamos hablando de salud y auténticos problemas. Vigilemos estas cosas, por favor.
Y, por último, me sentí mal por todos mis amigos veganos. Ellos no comen productos animales, ni que deriven de animales no porque quieren mantener el tipín, no, ellos lo hacen por profundas convicciones éticas, algo que pasó totalmente inadvertido para ‘Dietas a examen’. Ellos limitaron este tipo de alimentación a una manera más para perder peso, sin entrar en pormenores animalistas. Con esto ocurre lo mismo que con la gente celiaca. ¿Cuántas veces habéis escuchado a fulano o zutano decir que desde que no come gluten ha perdido dos tallas? Las intolerancias no se pueden tomar como la última dieta de moda, pues para muchas personas su salud les va en ello. No banalicemos con según qué temas.
Pero bueno, no quiero que todo sean tirones de orejas. Quiero despedirme con un buen sabor de boca, como el que nos deja la dieta mediterránea. Alberto Chicote basó su alimentación durante más de un mes en los productos de siempre, hortalizas, legumbres, frutas, pescados… la cocina de nuestros abuelos, y consiguió su objetivo: bajar su sobrepeso, quitarse 12 kilos de encima, ganar salud y poderse poner las camisas estampadas que con tanto añoro guardaba en su armario.